Están completamente a oscuras. Ninguno de los dos puede verse. Él acaricia su cuerpo con suma paciencia. Es una mujer atractiva, de curvas sinuosas, generosas, entregadas, le dicen la punta de los dedos. Ella hace lo mismo con sus manos. Quizá con menos delicadeza, sin poder evitar arañar la sorprendente musculatura con manicura francesa. Él está sentado en mitad de la cama. Ella sobre él. Se besan y comienzan a bascular. Es ella quien busca en la oscuridad el preservativo. Antes de enfundar el pene se deleita con el olor, con el sabor, dejándolo unos segundos en la boca. Él hace intención de corresponder el gesto, pero ella necesita sentirlo dentro ya, ahora mismo. Se incorpora lo justo para que pueda entrar en su cuerpo, con suma facilidad. Así, el uno sobre el otro. El uno dentro de la otra, empiezan a moverse. Primero con suavidad, como si se estuvieran terminando de reconocer. Después con más fuerza. Hasta que cuando los orgasmos van llamando a la puerta, con tremendas descargas eléctricas entre las piernas, la violencia de las embestidas le obligan a ella a buscar en la cama algo de estabilidad. Así su cuerpo, salvajemente empujado por su amante, se reclina en el orgasmo en una acrobática postura. Ambos desfrutan del orgasmo, con golpes profundos que acompañan las oleadas ardientes dentro del cuerpo de ella. Después se vuelven a besar. Él hace intención de continuar. Espera. Entonces ella se pone frente a él, de espaldas, las rodillas y las palmas de las manos sobre la cama. Con una de ellas le ayuda a entender la postura. Él pone las manos en la cintura y la penetra con ansia. Empieza después a moverla con violencia de nuevo. El culo hacia atrás y después hacia delante, ella que se acopla al movimiento llevada por un nuevo orgasmo, que alcanzan los dos en una deliciosa comunión de gemidos. Después ella se deja caer en la cama y enciende la luz. Se tapa con la manta. Hace frío. Él está sentado y tienta con las manos la cama. Más a la izquierda, le indica ella. Coge sus calzoncillos. Después los pantalones. La camiseta. Está en el suelo, al lado de los zapatos, le aclara ella. Vestido se acerca hasta la puerta, antes de salir toma el bastón blanco que había dejado de pie ¿Volveremos a vernos? pregunta ella acurrucada la cama. Después se da cuenta de lo absurdo de la frase. Perdona…dice tímida. Él sonríe desde la puerta, feliz como nunca. Por su puesto que volveremos a vernos.
15 de noviembre de 2010
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