NOTA: Esta historia es una adaptación y pura fantasía.
Él era un hombre entrado en los cuarenta, con una barriga incipiente que echaba una cruel carrera a su calvicie. Ella Halle Barry, sobran las palabras. Sin saberlo, sobre todo para él, compartían espacio en aquel crucero. Ella, por su puesto, en la zona más noble, compartiendo mesa con el capitán. Él con recién casados y grupos de jóvenes alcohólicos. Una noche, cada uno en su cama, sintió el fuerte golpe y después el caos. El agua entraba a borbotones y el barco se hundía sin remedio. Lograron ambos salvar la vida con algo de pericia y fortuna. La primera en llegar a las blancas arenas de la playa fue la actriz, en evidente mejor estado de forma que el español medio. Agonizando en la orilla las salvadoras manos de Halle lo pusieron a salvo. Cuando abrió los ojos y la vio ahí, acunándolo, pensó que era un sueño o que se había muerto y definitivamente Dios era negro. Cuando se recuperó de los dos impactos, el de estar vivo y el de estar junto a la diosa del celuloide, pasaron a la acción en las cuestiones más prácticas. Empezaron a llegar restos del naufragio y planificaron la primera noche. A la que siguió una segunda. Una tercera. La primera semana. La segunda. Entonces se dieron cuenta de que aquello iba para largo. Habían construido dos chamizos independientes y una incipiente amistad surgida de la necesidad. Ella le hablaba de la soledad de la estrella y él se callaba las veces que se había masturbado pensando en hermosuras como ella. Una noche Halle ya no aguantó más y se adentró en su chamizo. Españolito, le dijo, porque así empezó a llamarlo, creo que si esto va para mucho tiempo tal vez debamos cubrir otras necesidades, y dejó caer la camisa de hombre que llevaba a modo de vestido. Aquella noche se amaron con locura. El pobre españolito había soñado tanto con este momento que le pudo la ansiedad. No te preocupes, dijo ella, sé como hacer que te sientas mejor. Descubrió entonces su gusto por el sexo oral. Por los orgasmos por detrás al atardecer. Por ser una loca amazona. Por los mordiscos en los pezones. Por los arañazos en la espalda. Con todo el tiempo del mundo, follaban y follaban sin parar, sin límites. Pusieron todas las fantasías en juego, cada día se proponían hacerlo de una forma distinta, sin control, sin límites, gritando al cielo plagado de estrellas brutales orgasmos. Pero entonces el españolito empezó a sentirse triste, alicaído. Ella ponía todo el empeño que podía, accedía a todos sus deseos, se comportaba como la más lasciva de las mujeres, sin suerte. La depresión era creciente. Así una noche no tuvo más remedio que preguntar, algo herida en el orgullo. Oye, españolito, estás en una isla desierta con una de las mujeres más deseadas del mundo, estas probando mi deseo y mi cuerpo de millones de formas, y en lugar de sentirte el hombre más afortunado de la tierra estás como triste ¿qué te ocurre? Pero el españolito miraba para otro lado. Estamos solos ¿qué puedo hacer para que te sientas mejor? Entonces la miró, más hermosa que nunca. Se puso en pie y buscó una camisa de hombre. Unos pantalones de hombre. Se la puso. Con un resto de tronco quemado la pintó una tupida barba. Echó su pelo para atrás, peinándolo con una raya a un lado. La miró y por un instante vio a un hombre. Estonces la tomó por el hombro y gritó ¡ tío, me estoy tirando a la Halle Barry ¡
1 comentario:
jejejej...es lo que tiene, mira que no poder contarle a otro lo que estaba haciendo...No obstante que venga una isla desierta ..pero ¿con quién quiero irme ,con quien????
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