7 de julio de 2010

EL RÍO DE LA VIDA


Mi pasión por los ríos viene de niño. Me autoimpuse una misión geográfica en la infancia: conocer todo el proceso, así me propuse ver, como mínimo, un nacimiento, una desembocadura y una confluencia. No soy, como veis, hombre de grandes metas. Era crío, pero aun hoy, cumplidos esos mínimos, el agua dulce ejerce sobre mí una especie de hipnosis. Es como el fuego. Pues yo podría pasarme horas sobre un puente viendo el río devenir en su indiferencia. Y bañarme. Zambullirme sobre las aguas cristalinas y dulces es uno de los mayores placeres que me regala la naturaleza. Una cascada. Un pantano. Incluso un río desbordado, todos me subyugan como los labios de una morena a su enamorado. Son, además, metafóricos hasta la última gota, desde que nacen puros y arrogantes, con las cabriolas sobre las piedras de la sierra, hasta que mueren, casi siempre cansados y contaminados, pasando por todas las curvas, todos los requiebros y todos los regalos que dan y que reciben. La vida es como un río. El río de la vida.

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