2 de noviembre de 2009

SE ACABÓ


Ambos son personas metódicas y organizadas. Sus respectivos trabajos se encuentran a unos dos kilómetros, así que se afanaron por encontrar un hotel coqueto y, sobre todo, discreto, a un kilómetro de cada uno. Un día al mes, el último jueves, reservan una habitación con nombre falso y dan rienda suelta a su pasión. No recuerdan muy bien como empezó la cosa, pero ambos serían incapaces de vivir si estas dos horas al mes. Él es un hombre casado, siempre amenazado de divorcio, con una mujer al borde de un constante ataque de nervios a la que solo soporta por rutina, y, tal vez, gracias a estos juegos. Ella también vive en pareja y tiene incluso un hijo, pero jamás logró convencerlo a él de que se casaran. Ahora ya ni lo intenta, también, supone, gracias a estos juegos. Los jueves dejan de ser trabajadores de futuro, marido paciente y comprensivo o madre ejemplar, para ser dos amantes desatados. Sin el envoltorio de la rutina sus encuentros son pura explosión de placer y deseo. Por email, en dos cuentas secretas creadas al efecto, van caldeando el ambiente los días precedentes al encuentro. Hasta entonces, si hay algo que los junte es la casualidad. Quizá ella empiece a calentar motores mandándole una foto de sus pechos con una breve nota: esperan tu leche. O él recuerde que compró un pequeño dildo hace unos meses, especial para el sexo anal. Quizá ella proponga un trato: si yo me corro en tu boca tú te corres en la mía. O él lance un reto: te follaré hasta que pierdas el sentido, y cuando lo recuperes, te seguiré follando. Hoy, por ejemplo, bendito jueves, el tema ha sido un vibrador especial que ella usa para sus viajes. Se lo regaló su pareja cuando, por trabajo, empezó a faltar algunas noches. Es más pequeño que tu polla, le sugería en un último email, apenas unas horas de abrir la puerta de la habitación arrebatados por los primeros besos. Es más pequeña que tu polla, así que la tuya la quiero en la boca, y el de plástico donde se te ocurra. Ella es así de soez con su amante, cuando en pareja es una mujer más bien tranquila y rutinaria. Los jueves se considera una golfa, una guarra, le gusta decir palabras mal sonantes y frases del tipo córrete en mi culo, que soy tu putita. Antes de empezar con estos encuentros ni se imaginaba lo que una mujer loca de deseo podía llegar a hacer. Viene de una familia conservadora y hasta bien entrada su juventud no se convenció de que el sexo era al más que el vehículo para la unión matrimonial y la maternidad. En un par de años de jueves intensos ha descubierto todo lo que se esconde bajo el deseo y la piel cuando se rompen las ataduras y la cordura. Años atrás no se imaginaba ofreciendo su culo y un lubricante a su amante. Y lo que es más significativo, con la polla dentro, no se imaginaba pidiendo más y más, y sintiendo un, para nada procreador, orgasmo anal. Esas son las cosas que le dan los jueves. Si sus amigas de toda la vida supieran que se traga el semen de su amante después de que se corra en sus tetas, y que lo lame con sincero deseo y que le sabe a gloria, tal vez la echarían del club. Hoy quería volver a ser la puta desatada de todos los jueves. Antes de cerrar la puerta ya rebuscaba en su bolso, tirado en el suelo, el vibrador, al tiempo que se quitaba la ropa, eso sí, para dejarla sobre la mesa bien dobladita, que a la tarde hay que volver al bufete. Desnuda se metió el vibrador en la boca, hasta casi hacerlo rozar con sus cuerdas bucales. Vamos, quítate la ropa. Con la mano mientras tanto se iba acariciando el cuerpo, los pechos, el coño. Tumbada, y sin dejar de comerse el dildo, abrió las piernas y el coño con dos dedos. Cómeme, le sugirió. Él, divertido, se arrodilló y comenzó a comerle el coño con violencia, como suelen ocurrir las cosas en los locos jueves de fin de mes. Oh, sí, gemía ella, mientras él iba de un lado a otro con la boca y la lengua. Toma, le sugirió, métemelo en el culo. Le costó un poco hacerlo, porque esta vez no había más lubricante que su saliva, pero cuando lo hizo desató un gemido brutal. Sigue chupando, sigue chupando. Así lo hizo, mientras el vibrador hacia su trabajo en el culo él metía hasta tres dedos en el coño de su amante y jugueteaba con la lengua y el clítoris. Me voy a correr, gritaba, me voy a correr. Y así lo hizo, empapando su boca y el dildo, y las sábanas, de un delicioso néctar ardiente. Ven. Ahora te toca a ti, que sé lo que os gusta a todos los hombres, que sois todos iguales, y solo los que tienen suerte como tú encuentran una guarra para estas cosas. Se sentó entonces en la cama y lo puso a él de pie. Empezó a comerle la polla con la misma violencia con la que había ocurrido todo y al igual que con el dildo, la llevaba hasta lo más profundo de su garganta. Mientras tanto con la mano acariciaba los genitales, tirando de la piel fuertemente hacia abajo. Incluso de vez en cuando bajaba con la boca y le regalaba algunos dulces mordiscos. Me voy a correr, dijo él, a modo de advertencia. Entonces ella cogió la polla con las dos manos, echó la piel hacia atrás y con la punta de la lengua la fue meciendo, con la boca muy abierta, mirándolo a los ojos. El semen llegó en oleadas salvajes que se perdieron dentro de la boca, en los labios, en los ojos, en el pelo y hasta alguna dentellada terminó sobre la almohada. Ella utilizó su polla entonces como si fuera una cuchara para ir recuperando el semen de su rostro y llevarlo a su boca, como si de él dependiera que siguieran viviendo. Después un abrazo, algunas risas, la toalla para limpiarse y una ducha. Hoy tengo que volver a bufete antes, le dijo mientras se maquillaba frente al espejo. Él observaba el precioso cuerpo desde la cama, ese culo insaciable, esas caderas incansables. Y escuchó la frase que jamás esperó escuchar un jueves. La frase que significaba el final de la magia. Voy a dejarlo. Por un instante pensó que dejaba los encuentros. A Manel, voy a dejar a Manel. Lo dijo como quien habla sobre el tiempo o el último entuerto administrativo en el trabajo. Pero a él algo le crujió dentro, como si el suelo se cuarteara bajo sus pies. Las paredes se volvieron feas, ordinarias y el jueves dejó de ser jueves. El corazón se le aceleró y solo cuando llevaba varias zancadas en la calle, casi sin aliento, cayó en la cuenta de dos detalles importantes: Manel era su mejor amigo y él corría desnudo por la calle.

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