16 de noviembre de 2009

EL REGALO DE MAMÁ


Soy puta. Así que voy a donde me pagan. Además, de las caras, mis servicios, que incluyen desde felaciones naturales y completas hasta cualquier filia que el cliente ponga sobre las sábanas y que no suponga un daño físico para mí, están por encima de los cien euros por sesión. Debido a mi trabajo no me extrañó lo más mínimo, faltaría más, la llamada de la clienta. Quiero que venga a hacerle una mamada a mi hijo. Solo por curiosidad pregunté la edad, no porque sea remilgada en ese aspecto, sino porque no quiero problemas legales con menores. Treinta años, señorita, tiene treinta años. En el camino, adecentada con mis galas de puta, que suelen ser siempre minifalda y top ajustado bajo el abrigo, pensaba en qué curiosa vida pudiera tener aquel hijo al que una madre le regala una puta para su cumpleaños. Vivían en un barrio humilde del sur, las casas rezumaban esfuerzos y familiaridad. Yo vivo en el norte, en una zona residencial, pero siempre me siento a gusto cuando paseo por estos barrios obreros. Mis salarios me permiten no sentirme como tal, pero ¿qué soy yo sino una obrera del amor? En un cuarto sin ascensor me esperaba la mujer. Rondaba los sesenta, rostro cansado, ojeras enormes y sonrisa forzada. Buenas noches señorita, le agradezco la puntualidad y la discreción. Esto último lo imaginé porque bajo mi abrigo solo un viejo cliente podría adivinar mi profesión. Vayamos al grano, me dije, y ella entendió mi gesto porque con la mirada me indicó una habitación al fondo del pasillo. Llevaba los dos billetes en la mano, pero le indiqué que cobraría al finalizar el trabajo. ¿Alguna indicación sobre lo que desea su hijo? Ojalá, dijo entre lacónica y resignada. Al entrar entendí su resignación, su tristeza y su profundo cansancio. En una habitación donde uno espera todavía duerma un niño descansaba el cuerpo inerte del joven de treinta años. Las manos retorcidas con los dedos hechos un ovillo, como si intentara rascarse las muñecas. El rostro, relajado, sobre el hombro y sobre él los restos de sus propias babas. Soy una profesional experimentada y creía haberlo visto y hecho casi todo. El casi siempre lo incluyo por este tipo de sorpresas. Pero repito, soy una profesional, así que donde me pagan voy y hago mi trabajo. Y aquel joven retorcido en su desgracia no podía ser peor que cientos de desconsiderados clientes a los que se la he chupado en mi vida. Me acerqué a él con intención de acabar con el asunto lo antes posible. Pero creí adivinar en su boca retorcida una sonrisa que despertó mi ternura de inmediato. Una puede meterse la polla de un desconocido por el culo mientras hace la lista de la compra, pero no es insensible. Lo besé en la frente y me dispuse a comprobar en qué partes de su cuerpo seguía teniendo sensibilidad. Llevé sus dedos retorcidos a mis pechos, mientras le hablaba sensualmente de lo mucho que iba a gozar. Su respiración se aceleraba y la musculatura de su rostro se endurecía hasta conferirle el aspecto del hombre que debería ser. Bajo la sábana se adivinaba la enorme erección, tal era la robustez que la cama parecía una tienda de campaña. Quité la sábana y descubrí su cuerpo medio desnudo y un miembro viril, qué digo, un enorme pollón. Voy a ser dura, pero en aquel momento pensé en qué injusta es la vida, que aquel inerte chaval tuviera aquella herramienta inútil era un verdadero desperdicio. Olía muy bien, como el resto de la casa, impoluta y ordenada, así que imaginé su madre habría adecentado al muchacho para la ocasión. La respiración era cada vez más forzada, y podría adivinarse en sus gruñidos una suerte de gemidos o invitación. Me la metí en la boca con suavidad, no quería asustar a su centro sensitivo. La fui humedeciendo, ayudándome con la lengua y con los labios. Sabía de maravilla así que cerré los ojos y me dejé llevar. Jugueteaba con sus genitales con la mano mientras me la metía una y otra vez con tremenda profundidad en mi boca. Estaba preocupada con que estuviera húmeda, no quería que el más mínimo atisbo de dolor entorpeciera el placer. Cuando estimé, para eso sirve la experiencia, que el muchacho se iba a correr, me centré en la parte superior de su polla. Me puse sobre la cama para que mi lengua incidiera especialmente en su frenillo. La deslizaba una y otra vez sobre ella, con la boca abierta, hasta que la primera dentellada caliente se estrelló contra mis labios. Sin ser algo premeditado me la metí en la boca hasta que todo el semen fue cayéndose desde mis labios a mis dedos y a su polla, que se retorcía, como él, de placer. Me limpié y le di un largo beso a su boca medio cerrada. Cuando salía de la habitación creí entrever en su mueca algo parecido a una sonrisa. La madre me extendió los dos billetes con sincero agradecimiento, le devolví uno de ellos porque en ese instante había decidido instaurar para clientes vips el dos por uno. Salí y me fui a una cabina de teléfono a llamar a mi madre, al otro lado del mundo. Resistí la tentación de contarle lo que había sucedido y que ya tenía claro que regalo debíamos hacerle a mi hermanito para su 25 cumpleaños…

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