9 de noviembre de 2009

MI ONCE TITULAR


No tengo dudas de cual sería. En la portería Nerea, la pelirroja de grandes dedos. Con quince añitos me enseñó lo que una mujer es capaz de hacer con las manos. Era un verano, en el pueblo. La conocí porque era la hermana mayor de un amigo. Ella rondaba los 20, así que se presuponía inalcanzable. Pero es lo que tiene el verano, o las orquestas de pueblo o el alcohol, pero el caso es que a las cuatro de la mañana la besaba contra el muro del frontón. Estaba excitadísimo y ella entre encantada y divertida. Tranquilo, chaval, tranquilo, me decía, que vas a terminar antes de empezar. La besé con mi mayor pericia, en la boca, en el cuello, en los pechos, que liberó de la camiseta para que pudiera mordisquear sus pezones con libertad. Me llevó la mano al coño y me dejó que jugueteara un poco con torpeza, supongo, porque zanjó el asunto con un eh, no te preocupes, yo me encargo. Entonces me bajó los pantalones y los calzoncillos, se escupió en la mano y comenzó a masturbarme. Lo hizo con intensidad y suavidad a un mismo tiempo. Los movimientos eran profundos y no tardé en correrme en sus dedos. Sentí cierta vergüenza cuando ella, entre risas, se limpiaba la mano. No está mal para un chiquillo, dijo cuando vio mi semen sobre sus dedos. Después me besó con cierta ternura que me supo a madre y despedida y regresamos al baile. Nunca más la volví a ver, pero no me imagino a una dama mejor para defender la portería, con esos dedos mágicos que me abrieron el mundo del sexo. En la defensa pondría a las hermanas Smith, las irlandesas de carnes apretadas y ninguna vergüenza con las que juguetee en la playa de Benidorm una madrugada fiestera. Cuando las conocí, sudando en una ruidosa discoteca, me creí perfectamente la historia de que eran hermanas, pero dos horas después, cuando me la chupaban en las hamacas mientras el sol se desperezaba, tuve que dudar de su relación familiar. Una de ellas, imposible recordar cual, era la que llevaba la voz cantante y mi polla era, por ende, su micrófono. Fue bastante extraño, porque la idea fue de ellas y ni tan siquiera tuve que esforzarme, ni apenas jugué con sus cuerpos, fue como si lo tuvieran planeado y yo, o hubiera estado en el lugar oportuno en el momento idóneo, o hubiera sido el mejor de los candidatos. Cuando me corrí en sus bocas, mientras jugueteaban con mi semen, pasándoselo de una boca a otra, creí estar viviendo mi propia película porno. Creedme que toda la vida he buscado la droga que me hizo vivir aquello, porque me sigue costando imaginar que no fuera fruto de mi calenturienta memoria. Como central en mi alineación pondría a María, le preciosa y excesiva María. Una mujer entrada en carnes, de una hermosura sin discusión y un amor por el sexo anal fuera de toda duda. No me imagino a nadie mejor para defender mi retaguardia. Era una compañera de trabajo y en una reunión de ventas me invitó, tras la segunda copa, a subir a su habitación. No hubo apenas intercambio de besos, ni pude saborear sus interminables pechos. Pareciera, una vez más, que yo fuera parte de un plan premeditado. Quiero que me la metas por el culo, me dijo pasándome un preservativo y el lubricante. Estaba borracha y quizá gracias al alcohol se atrevió a cumplir su sueño por primera vez. No me molesté en preguntar por qué no hacía estos juegos con su marido. Me costó entrar, ella gemía entre el placer y el dolor. Cuando ya estaba dentro hicimos una pausa y comenzaron los movimientos. Yo estaba borracho igual que ella, gracias a eso la cosa duró lo razonable. Ella gemía como una loca, gritando como si estuviera perdiendo la vida en cada embestida. Se acariciaba el coño con una mano con tremenda violencia. Yo la tenía por la cintura y veía sus hermosas y excesivas carnes moverse con cada golpe. Ella se corrió primero, con gritos desesperados, después lo hice yo, hundiendo los míos en su espalda. Se deshizo de mi polla y avergonzada, por primera vez, se metió en el baño. Comprendí que debía irme, que no quería verme en aquellas circunstancias. En el trabajo el asunto estuvo tenso hasta que en otra reunión deslizó un preservativo en mi cartera. Supe entonces que, dos copas después, me esperaba su culo en la habitación. Para la banda derecha me quedo con Mariola, la argentina de boca inagotable. Hablaba tanto como chupaba, su número favorito era el 69 y no imaginaba una forma mejor de acabar una sesión de sexo que corriéndose en la boca de su amante mientras ella buscaba el semen para sus labios. Follamos muchas veces, pero buscaba una y otra vez que uno de los dos se corriera primero. Si era yo, ella se tumbaba abriendo las piernas ofreciéndome el coño con ese acento irresistible, para vos. Y si era ella, hacía lo propio con mi polla. Tenía además una curiosa costumbre, después del orgasmo buscaba mis labios, y reconozco que gracias a ella acepté que el sabor de mi propio semen no me era del todo desagradable. Para centro del campo elijo a Itziar, la chelista. Un amigo me invitó a un concierto y ella era el plato principal. Llevaba una larga falda negra con la que abrazó el chelo. A mi la música, la verdad, ni me va ni me viene, iba por mi amigo, pero me pasé toda su interpretación sumido en un profunda excitación. La llevé unas flores al camerino, hablamos, intercambiamos nuestros teléfonos y durante algún tiempo cada vez que venía a la ciudad cenábamos juntos y pasábamos la noche en su habitación de hotel. Era una mujer tierna, que se enfrentaba al sexo como a la música, meciendo cada movimiento, como si se tratara de una partitura. Apenas hacía ruido al sentir los orgasmos, pero su capacidad para repartir juego, para encontrarle las teclas al placer, eran inconmensurables, por eso no me imagino a nadie mejor que ella para repartir juego. Para la banda izquierda está Sabina, la comunista que conocí en una fiesta del sindicato. Llevaba una camiseta del Che, tan tópica como tierna, y una boina calada. Fumaba porros con naturalidad y hablaba de la redistribución de recursos con la fe del creyente. Fuimos amantes durante unos meses, antes de que aceptara una beca para estudiar en el extranjero. Vivía en un pequeño apartamento compartido con otro camarada. La cosa terminó la noche en la que su amigo aceptó nuestra psicotrópica invitación a follar juntos. Fue una mezcla de brazos, pies, manos, dedos y lenguas hasta que sin darme cuenta me fui quedando apartado. Me fumé un porro y me masturbaba mientras ellos seguían follando. Cuando terminaron él le sugirió que no era de buena comunista haberme dejado de lado, y que me la chupara para compensarme, la famosa redistribución, supuse. Ella le hizo caso, se arrodilló y se metió mi polla en la boca. Me corrí por primera vez dentro y ella se lo tragó ante mi sorpresa. Aquella mujer tenía una capacidad innata para sorprenderme, algo que exijo para mi centro del campo. Me queda el tridente de delanteros. Como delantero centro me quedo con Alicia, la mujer con la mejor delantera que jamás he conocido, un monumento a la perfección y el bisturí. Tal era la hermosura de sus pechos, tal orgullo tenía por ellos, que no solo vestía para lucirlos, sino que eran su plato fuerte en el sexo. Si eras capaz de hacerla sentir hermosa con sus pechos, raro era que no acabaras corriéndote sobre ellos. Es la mejor delantera, y nunca mejor dicho. La punta izquierda se la doy a Rosa, la inalcanzable, la más hermosa de todas. Nunca una mujer se me puso tan dura, tan imposible y me hizo trabajar tanto. Como un verdadero crack, cada temporada le prometía a mis gónadas sus carnes y se incumplían, hasta aquella tarde en la que quedamos porque quería contarme algo muy importante. Lo había dejado con su marido y después de tantos meses de intentos, no se lo ocurría a nadie mejor para resarcirse. Hicimos el amor en su piso céntrico, rodeado de las fotos familiares. Mientras la follaba, con toda mi habilidad, tensión y dedicación, ella lloraba. No es de pena, no es de pena, decía entre sollozos. Ni cuando se corrió y terminó agotada y dormida llegó a convencerme. Después su marido le regaló un enorme ramo de flores y ella un nuevo perdón. No volvimos a poner juntos en duda sus sollozos u orgasmos. Y para la derecha me quedo, paradójicamente, con la concejal del PP de la pequeña pedanía gallega. Tuve que reunirme con ella para discutir algunos aspectos laborales y, no me preguntéis como, acabamos follando sobre la mesa de su despacho. Me ofrecía, desde entonces, voluntario cada vez que había que negociar algo con la alcaldía. Hasta que las elecciones pusieron tierra de por medio.Esa sería mi alineación titular, un día de estos hablaremos del equipo suplente.

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