10 de diciembre de 2010

LA NIÑA DEL EXORCISTA Y YO


Igual que casi soy capaz de recordar el minuto exacto en el que vi la luz del ateísmo, recuerdo la noche concreta en el que dejé de creer en los fantasmas, espíritus y demás habitantes de lo esotérico. Fue, una vez más, en mi pueblo. Los veranos eran largos y había tiempo para mucho. Mi mayor diversión en aquellos estíos eran los baños nocturnos en la piscina municipal. Hasta que el alcalde tuvo la brillante idea de colocar el cuartel de la Guardia Civil pared con depuradora. Terminábamos la jornada a altas horas desnudos (ellos) o en ropa interior (ellas) dentro del agua. Era una sensación maravillosa de libertad. No lo hubiera cambiado por nada. Una noche, como otra cualquiera, a punto de encaramarnos a la puerta, sonó la voz de alarma. Hay alguien. Miramos todos. Sí, al fondo, hay alguien. Coño, dimos un respingo, es una puta luz blanca. La leche, era la mismísima niña del exorcista en el bordillo, 25 metros más allá de la puerta. Empezaron los gritos, alguna se asustó tanto que salió corriendo. Yo no terminaba de creermelo. No que estuviera allí, que bien posible era, sino que me fuera a fastidiar el mejor momento del día. Nos vamos, convinieron todos ¿Cómo que nos vamos? que no, hombre, que no. Así que, ni corto ni perezoso, subí solo la verja de la puerta y me encaminé hacia el fantasma. Allí estaba, incrédulo de mi propia valentía, temblorosos los pies descalzos sobre el bordillo, tragando saliva y avanzando hacia una muerte segura. El pulso acelerado, sin el más mínimo deseo de valorar qué iba a hacer cuando me encontrara frente a la niña. Para mi fortuna, y la de mi salud mental, según me fui acercando me percaté de que no se trataba de una niña, sino de la luz de una farola incidiendo directa sobre un bote de Colón de los que utilizaban a modo de papelera. Con la risa floja elevé a la niña del exorcista con todas mis fuerzas y la zarandee en lo alto para que mis amigos pudieran verla. Unos minutos después, como cualquier otra noche, estábamos todos dentro del agua. Entre risas nerviosas. Y allí dentro, es un decir, pude por fin respirar tranquilo.

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