Partamos de dos puntos previos. Uno, que la Directora de Recursos Humanos de tu empresa te llame con urgencia acojona. Y, dos, el café me gusta casi tanto como la cerveza.
Con estas premisas puedo explicar lo sucedido ayer. A Alfonso, mi suegro, ganador de la III Edición de Suspiros y abuelo de mis hijos, le han implantado un marca pasos. Ayer era la primera mañana post operatoria, así que hablaba con su hija (mi pareja, para despistados) para que me pusiera al día. En eso estábamos cuando la llamada se cortó. Intenté en varias ocasiones llamarla pero comunicaba. Entonces llamó ella al teléfono de mi trabajo, algo rarísimo, porque pasa por centralita y mi móvil estaba operativo. Contesté. Pero no se escuchaba nada. Bueno, sí, ruidos, como si alguien estuviera trasteando con el móvil nervioso. Ella no me escuchaba. Corté la llamada. Dejé pasar unos segundos y volví a llamar. Comunicando. Empecé a inquietarme. Un segundo intento. Un tercero. Por fin logro que de señal de llamada y en ese momento, mientras esperaba la respuesta, aparece junto a mi mesa la directora de RRHH y me dice, seria, muy seria, baja inmediatamente abajo, te están esperando. Colgué y vi mi propio corazón salirse al galope del pecho. Mi imaginación empezó a procesar los guiones de mis miedos a tal velocidad que era imposible engancharse a uno. Tal debió ser mi cara que la directora me tranquilizó. No, hombre, no pasa nada, es bueno, te esperan en el comedor. Algo más aliviado bajé y lo que había esperándome era una máquina de café express que por fin la empresa había decido comprar. Como buen cafetero celebré la noticia (de ahí que quisieran que fuera de los primeros en saborearla) con risas y jolgorio que no eran sino las cloacas del miedo que acababa de pasar. Cuando humeaba ya en mis manos el primer ristretto todavía me temblaban las canillas. Por cierto, que riiiiico el cafelito...
Con estas premisas puedo explicar lo sucedido ayer. A Alfonso, mi suegro, ganador de la III Edición de Suspiros y abuelo de mis hijos, le han implantado un marca pasos. Ayer era la primera mañana post operatoria, así que hablaba con su hija (mi pareja, para despistados) para que me pusiera al día. En eso estábamos cuando la llamada se cortó. Intenté en varias ocasiones llamarla pero comunicaba. Entonces llamó ella al teléfono de mi trabajo, algo rarísimo, porque pasa por centralita y mi móvil estaba operativo. Contesté. Pero no se escuchaba nada. Bueno, sí, ruidos, como si alguien estuviera trasteando con el móvil nervioso. Ella no me escuchaba. Corté la llamada. Dejé pasar unos segundos y volví a llamar. Comunicando. Empecé a inquietarme. Un segundo intento. Un tercero. Por fin logro que de señal de llamada y en ese momento, mientras esperaba la respuesta, aparece junto a mi mesa la directora de RRHH y me dice, seria, muy seria, baja inmediatamente abajo, te están esperando. Colgué y vi mi propio corazón salirse al galope del pecho. Mi imaginación empezó a procesar los guiones de mis miedos a tal velocidad que era imposible engancharse a uno. Tal debió ser mi cara que la directora me tranquilizó. No, hombre, no pasa nada, es bueno, te esperan en el comedor. Algo más aliviado bajé y lo que había esperándome era una máquina de café express que por fin la empresa había decido comprar. Como buen cafetero celebré la noticia (de ahí que quisieran que fuera de los primeros en saborearla) con risas y jolgorio que no eran sino las cloacas del miedo que acababa de pasar. Cuando humeaba ya en mis manos el primer ristretto todavía me temblaban las canillas. Por cierto, que riiiiico el cafelito...
3 comentarios:
Me alegro que el café te sentara bien,...¡vaya susto, eh amigo!!!...pufff...
La cafeína, imprescindible si eres padre y currante... para mantenerte despierto.
De todas formas este artículo está incompleto, falta información, al final ¿qué tal tu suegro?
Bien, bastante bien, en casi, que es más fácil recuperarse.
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