9 de octubre de 2010

TÚNEL

Igual que un analgésico
pasado ya de fecha,
los sueños -terco espectro
alzado con mi aliento desde el fango-
no otorgan ya sosiego al yermo vértigo
del verbo replegado en el azogue.
Anclado en el andén,
como un candíl cansado de su llama
rodeado por la niebla que, incipiente,
penetra como acero en las pupilas,
me ven pasar los trenes
con esa indiferencia del viajero
que ya conoce ha mucho de memoria
las luces y las sombras que, en su orgasmo, engendran los matices del paisaje.
Se anega la estación de sal y nauseas,
de sangre derramada inútilmente,
de hollín en los aleros, de hiedra y sed insomnes.
Aprieto bien los puños, me conjuro,
y siento, en mi propósito, las uñas
hincándose aceradas en la carne,
en tanto que la arritmia del latido
se enerva, se acelera, se desboca
sintiendo aproximarse la luz del mercancías que nunca, en su rutina, hace parada.
Mas puede más el miedo, afloja el músculo, y pasa, pasa, pasa. Dan las doce.
La niebla cae a plomo,
se espesa, se hace sólida:
regresan, deletéreos y caducos,
en sueños, pozos ciegos,
mis fantasmas.

No hay comentarios: