Están recostados en el sofá. Uf ¿Qué te pasa? No, nada, es que llevo unos días con mucho dolor de espalda. Deja- inquiere ella- yo te ayudo. Le baja los pantalones, se arrodilla a su lado y comienza a besarle. El sexo primero parece distante, no sabía de qué iba la historia, ¡ si era la espalda lo que le dolía !, parece decir su todavía incipiente erección. Lo que ocurre es que siempre fue muy aplicado en sus deberes, así que no tarda ni una docena de lametones en entrar completamente erecto en la boca. Ella lo hace con calma, con paciencia, humedeciendo el terreno, siendo incisiva con la lengua en los puntos donde sabe que va a desatar las tormentas. Él sonríe, divertido, no sabe lo que durará el juego. De lo que no se acuerda ya es de su dolor de espalda. Ella lo tiene claro. Con las manos acaricia los genitales, estira de la piel, los amasa con suavidad. De vez en cuando desciende con la boca, mientras la mano prosigue el movimiento, y muerde con suavidad la piel que los recubre y estira con cierta fuerza, repitiendo la operación un par de veces. Es en este juego cuando va a llegar el orgasmo. Son muchos años juntos, no necesitan de mensajes verbales y directos para avisarse. Los gemidos, el gesto torcido, las manos apretando los hombros. Se va a correr. Le dedica un último viaje dentro de su boca, muy despacio, y después baja la piel con decisión para dejarla ahí, fuertemente prisionera de sus cinco dedos. Con la lengua se pasea justo debajo del glande, movimientos muy lentos e incisivos, deslizándola con presión hasta que el orgasmo los invade a ambos, cayendo el líquido de la evidencia por el vientre de él y por las manos de ella, jugueteando entre sus dedos. Se incorpora, toma una servilleta para limpiarse las manos, da otra a su sorprendido y encantado marido, sonríe, le da un beso y se sienta, tomando el mando del televisor. Es posible que mañana yo también tenga molestias en la espalda.
11 de octubre de 2010
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