23 de octubre de 2010


OSARIO

Amortajado en mí,
Como un suspiro ahogado en su agonía,
Se pudre un nombre. Amordazado, estéril, Me afano en que germine de mi entraña, En que vuele en el aire, se haga pájaro O flor que muda en grácil mariposa Para nacer al alba, Librando de su cárcel a mi cántico.
Mas nunca regresaron de la noche
Los sueños enjaulados al ocaso
Ni una esperanza estólida y apócrifa
Nacida de un anhelo inhabitado.
Qué hirsuto el alarido que se adhiere
Como una guillotina a la garganta
De un son decapitado;
Qué tóxica la herrumbre que destila
Ahondando en su impotencia inmarcesible
La sed de la mandrágora.
Percuten contra el labio descarnado
Los golpes apagados, la metralla,
Del grito, el miedo, el llanto, el himno ausente, Las fauces de la niebla, el aquelarre De un tic sin tac sumido en un abismo De gélidas clepsidras sin murmullo, Flanqueadas de cipreses taciturnos Y un lupanar de arcángeles castrados.
Amortajado en mí,
Con las manos atadas a la espalda
Y los ojos talados de salitre,
No cabe en el cadalso de las horas
Tanto canto impaciente
Que ya, irreconocible su esqueleto,
Se funde a los sudarios del silencio.

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