Una mujer sudamericana lee atentamente una novela de Roberto Bolaño en la sala de espera del médico. Tiene 25 años, lleva tres en España, justo desde que acabara su licenciatura. Media docena de personas más esperan su turno. Dentro un hombre de avanzada edad y caminar pesaroso comenta con la doctora las quitas de la vejez. En ese momento entra en la sala una mujer de mediana edad, entrada en carnes. Camina con paso firme, se la ve sinceramente molesta con el trámite de tener que esperar. Da los buenos días. Nuestra protagonista levanta la cabeza de la novela y responde con una sonrisa, mira la puerta de la doctora, que permanece cerrada. A su lado se sienta la mujer que acaba de entrar, no sin antes dedicarla una mirada de evidente desprecio, acompañado de un ladeo de la cabeza y un chasquido con los labios. Cuando se sienta busca entre los presentes, evalúa, hace una pequeña operación matemática y sentencia en voz alta. Es una vergüenza. La sudamericana levanta la vista de nuevo, pero pueden más las peripecias del Poeta Madero y vuelve a la lectura. Esto es una vergüenza, repite la mujer, recolocándose su falda, buscando empatía, que la encuentra en otra mujer, algo más madura y pelo cano, que debe haber entendido su demanda. Sí, lo es, apoya la tesis. Es una vergüenza el abuso que hacen estos de la sanidad, que la pagamos todos, y aquí los tenemos todos lo días, como si los médicos no tuvieran a otros que atender. Ahora la lectora sí se siente incluida en las lamentaciones, levanta la vista pero encuentra la indiferencia de la señora, que no se molesta en devolverla la mirada. En ese instante la puerta se abre, se escucha a la doctora desearle buena semana a un señor mayor que camina con ayuda de un bastón. Mira a la lectora y sonríe. Ésta se levanta solícita, olvidando a los Detectives Salvajes, y a la no menos salvaje compañera de asiento. Ofrece su brazo a Don Braulio y se van caminando despacito ¿Qué le ha dicho, Don Braulio? Nada nuevo, hija, que de momento podemos seguir yendo al parque, vamos, que no se nos vaya el sol.
13 de octubre de 2010
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6 comentarios:
Una historia tierna, Larrey.
Una historia que se repite mucho...demasiado,
y que me entristece,
por que el ser humano se está "deshumanizando".
Prediquemos con el ejemplo, es muy importante!!!
Abrazos.
¿Y quién era quien abusaba de qué? Buena reflexión, Larrey. Totalmente de acuerdo.
¡Toma ya, sí señor!... para todos aquellos que al igual que ésta buena señora opinan así. Mi pediatra es ¿ecuatoriano, peruano, boliviano?...y es de puta madre. Estoy encantada con él.
Sobran inmigrantes en este pais, pero vamos, a punta de pala.
Para anónimo.
Amigo no sobran inmigrantes, lo que falta es trabajo.
Me explico, el problema de la seguridad social no es la cantidad de gente que la consume si no que hay 4 millones de parados que no pueden trabajar y en consecuencia pagar la seguridad social. Además la pirámide poblacional está casi invertida y o tenemos más hijos o cuando nos jubilemos no habrá quién nos pague la pensión. Y ojo que no creo que la solución sea jubilarse más tarde.
Se me olvidaba un pequeño detalle. Lo vergonzoso de este país es la cantidad de dinero negro que movemos. Si tuviesemos menos económina sumergida y la alegal (leáse la prostitución) se legalizase, el estado tendría las arcas llenas. Siempre y cuando tuviesemos otra clase política que no pertenezca a la especie "chupócteros".
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