11 de abril de 2013

TIMIDEZ

Fui un niño tímido. Muy tímido. De esos que cuando le decían pero mira que ojos tienes, se escondía detrás de la falda de su madre. Antes de llegar a la adolescencia, cuando me di cuenta de que las curvas de las niñas de mi clase me gustaban más que los triples en el último segundo, me dije a mí mismo que era el momento de terminar con esa timidez ancestral. Y funcionó. Empecé a tener éxito y me di cuenta de que la vergüenza era un lastre del que debía deshacerme. Pero la timidez es como el tabaco o el alcoholismo. Uno nunca deja de ser alcohólico o fumador, simplemente deja de beber o de fumar. Con la timidez es lo mismo. No se deja de ser, se disimula, se supera. Estos días mi empresa ha reunido a todos los trabajadores de Iberia (España y Portugal), estamos hablando de unos 150. Entre otras cosas se organizaron mesas de trabajo para plantear alternativas a una iniciativa concreta. Esas mesas debían discutir durante un tiempo y después elaborar un plan concreto. Había que defenderlo ante el resto de compañeros (incluidos algunos jefes a nivel mundial) micrófono en mano. Nadie de mi mesa se ofreció voluntario para la tarea, así que yo, aunque estoy algo oxidado en lo de hablar en público, acepté el reto. Después ocurrió lo inesperado, un problema técnico que podríamos llamar "mierda, olvidé hacer una copia" me impidió ver previamente lo que iba a presentar. Así que cuando el organizador dio mi nombre y salí al estrado, volví a sentir esa sensación ancestral, esa que pensaba había desaparecido para siempre: me sentí desnudo ante todos. Traté, como otras veces, de recurrir al humor, para intentar encontrar aire, respirar y que dejara de temblarme la voz, y las manos. Pero resultó demasiado complicado, teniendo en cuenta que realmente no sabía qué decir. Fueron minutos bastante duros de los que traté de salir con cierta dignidad, superando el retorno de mi ancestral vergüenza ante la ignorancia, el renacimiento de mi timidez en el más incómodo de los momentos. Y lo peor no es haber rozado el ridículo ante el total de los trabajadores de mi empresa, sino la evidencia de que hablar en público, como superar mi timidez, va a ser un handicap con el que voy a tener que vivir el resto de mi vida. Y ya se me había olvidado.

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