8 de abril de 2013

EL CLUB DE CAMPO Y MI CABREO.

Ahora mismo, si tuviera que rellenar un formulario y me preguntaran mi estado civil contestaría: cabreado. Creo que parte de ese cabreo en el que me voy instalando, que es algo así como mi tercer apellido, viene de mi ingenuidad. El otro día hablando con un amigo de la cosa, ya sabes, de lo mal que está, en especial con España y por ende con los españoles, yo defendía que éramos buena gente. En realidad sigo confiando en el ser humano, porque porcentualmente la vida no me hace cambiar de idea. Eso sí, es verdad que ese % de capullos lo jode todo con una eficacia que da envidia. Esa ingenuidad es la que me lleva a no darme cuenta de la mierda de forma colectiva. Sigo creyendo, y por tanto me toman el pelo, y como me toman el pelo y por suerte aun me queda un pelín de capacidad crítica, voy descubriendo el entramado a base de cabreos. Me acaba de ocurrir esta misma mañana, me he enterado por el periódico de que el Club de Campo, ese lugar al que si alguna vez voy será para trabajar de camarero, es en realidad un lugar público. Vamos, como el polideportivo de Aluche pero con baños limpios y el cesped de la piscina menos salvaje y más cortadito. Los 22 mil socios que pagan algo así como un precio simbólico, disfrutan de unos placeres muy privados en un entorno que debería ser muy público. Es verdad que hay lista de espera y a esa lista imagino que se podrá apuntar cualquier hijo de vecino, pero tal y como está el patio, mantener con dineros públicos la opulencia recortando de la necesidad, es cuando menos mezquino. Como lugar público, por suerte, hasta donde yo se, podemos entrar todos, pero claro, existe lo que se llama pase VIP, que facilita mucho las cosas amén de abaratarlas ¿Y quien tiene o ha tenido la suerte de ser agraciado con ese pase? Pues el ejercicio de la dedocracia, santo y seña de este nuestro país, como tantas veces. Políticos, empresarios, altos cargos, personas afines a la Casa Real, periodistas como el presidente de La Razón. La mujer de Ignacio González, una hermana de Esperanza Aguirre y hasta Luis Bárcenas. Creo que la Botella, viendo como está el asunto fuera de las amuralladas despreocupaciones de los que manejan el cotarro, ha decidido tomar algún tipo de medida y limitar esas tarjetas a un número más reducido de personas. Se agradece el detalle, pero lo bonito sería que abrieran las puertas como al resto de centros de ocio deportivo municipales, me encantaría ver como se manejan las señoritingas con los colegas del barrio, pagaría por verlo...

1 comentario:

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