2 de abril de 2013

SIN PALABRAS

Un hombre condenado por malos tratos, con orden de alejamiento, pasa la Semana Santa, con permiso del juez, con su hija. Cuando toca la cita para retornar a la pequeña bajo la tutela de la madre, el muy cabrón, en lugar de darle un besito y despedirse hasta pronto, pequeña, como haríamos con lágrimas en los ojos el 99,99999 % de los padres, pues decide asesinarla y después quitarse la vida. A este desgraciado sin gracia se le podía haber ocurrido alterar el orden de los factores para dejarnos un mejor producto, se podía haber matado primero y después haber asesinado a su hija. La historia de este desalmado sin alma es desgarradora, porque no sólo ha dejado en el triste dígito de 6 años la historia de una personita inocente, sino que ha roto, de por vida, la felicidad de una mujer, una madre, y de toda su familia. Nos ha encogido el estómago a todos, pero también arroja daños colaterales a una sociedad que todavía es muy sensible a este tipo de desgracias evitables. Los hombres separados reciben estas noticias con el estupor con el que cualquier persona con dos dedos de frente y diez gramos de alma puede hacer, con rabia, indignación y asco. Pero también con miedo, porque su objetivo de paridad para con la custodia de los hijos, que avanza pasito a pasito, recibe un cruel y certero zarpazo cada vez que un padre decide, por venganza, por odio, por rabia, hacer daño a su pareja y sobre todo a su prole. No habrá nada que me haga entender que un padre sea capaz de hacer daño intencionadamente a sus hijos. Nada. Pensar además que ese daño es definitivo, que busca la muerte y que lo hace por despecho, me genera tantas ganas de vomitar que daré por terminado el artículo aquí, incapaz de encontrarle otro final...

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