27 de abril de 2011

NOSTALGIA

Naranjito no era ni un proyecto de clementina cuando faltó mi profesora de tercero o cuarto. Corría el año ochenta, a lo sumo. Nos repartieron por el resto de clases y a mí me tocó sentarme junto a una niña rubia preciosa, que no paró de mirarme nerviosa y de reírse. Después, durante recreos y recreos, no dejamos de mirarnos, y de reírnos, y de ponernos colorados, hasta que un día me atreví y llevé sus libros de natu y de soci camino de su casa. Aquel camino nunca se me había hecho tan corto. Creo que no me atreví ni a cogerla de la mano. Con diez años la saqué a bailar en una pista helada y me temblaron las piernas. Llegaron algunos besos, algunas caricias y nos hicimos mayores. Nos cruzaríamos alguna vez, por casualidad, y siempre había una sonrisa que dedicarnos. Ahora, más de quince años después del último y casual encuentro, gracias a las redes sociales, hemos vuelto a reencontrarnos. Y ha sido una dulzura. Porque lo reconozco, me hago mayor y no solo soy un nostálgico empedernido, sino que me gusta serlo. Además he descubierto, al contrario de lo que pensaba, que la nostalgia no es un lastre, porque la nostalgia me obliga a sonreír, y sonreír siempre hace el camino más llevadero. Sí, me gusta sonreír y soy un nostálgico ¿qué le vamos a hacer?

1 comentario:

Elena dijo...

...sigue así....un besote.