11 de junio de 2008

LOS PALETOS


En cierta manera no me siento de ninguna parte. Nací en Valencia y he vivido 34 de mis 35 años en el foro. Pero mis raíces son conquenses y cuando hablo de mi pueblo me cuesta diferenciar entre el de Castellón (de la familia de mi pareja) y el de Cuenca (el de la mía). Pero si he de mostrar admiración por alguna tierra de este país no sabría decirme entre Asturias y Canarias, donde tengo a personas que quiero mucho y no son familia (al menos no de sangre). Pese a todo, no he sentido especial apego a ningún espacio salvo a unas gachas y un porrón de vino; y a los lugares comunes de mi infancia. Eso no quiere decir que no sea consciente de dónde vengo. Todo lo contrario, y no voy a presumir aquí de barrio marginal, sino de herencia: soy hijo de unos paletos. Con todas las letras, el respeto y la sinceridad que se merecen. Sí, mi familia fue (casi en su totalidad) de ese grupo de paletos que "invadieron" (las comillas son para evitar explicar la idea) la ciudad a finales de los sesenta y principios de los setenta. A nuestra vera crecieron todos los barrios del sur y las otras ciudades dormitorio. Durante décadas invadimos los espacios comunes y gratuitos de la ciudad, como lo eran sus parques y la Casa de Campo, Todavía me recuerdo jugando al tenis con raquetas de madera y una red cosida con las mallas de las naranjas. Y lo hacíamos sin olvidar nuestras raíces, intentando no perder el vínculo con el pueblo que nunca quisimos dejar. Así que no era difícil encontrar a un grupo de conquenses en torno a un botijo y unas almortas en las explanadas de la Casa de Campo. Y ¿qué me decís de todas las casas y asociaciones regionales que tenemos en la ciudad?. Por todo esto ahora me duele tanto cuando veo en personas de mi familia, las mismas que vinieron con una mano delante y otra detrás, mirar con recelo a los inmigrantes, que no han hecho otra cosa que seguir la senda que ya dejamos andada nosotros décadas atrás. Ellos hacen lo mismo que hacíamos nosotros, buscar los lugares para el encuentro, los espacios abiertos y las reuniones para no perder el vínculo con lo que dejaron atrás. En nuestras reuniones bromeamos con el cántico de guerra ¡ que viva la Cuenca libre ! mientras suena Carlos Cano en nuestros corazones. Ellos lo hacen con una bachata y alguna loa caribeña o helvética. ¿Alguna diferencia?, kilómetros, a lo sumo. Porque una cosa está clara, a nadie le gusta huir, a nadie le gusta poner tierra de por medio, a nadie le gusta que el hambre le apriete tanto que tenga que vagar sin destino por los rincones del mundo de los ricos. Además, cada persona es un mundo en sí mismo, y si obra bien o mal no lo hace por haber nacido en Ávila o en Quito, sino porque tiene un corazón que riega el cerebro, cerebro que da órdenes a las manos, a los brazos, a las piernas...

2 comentarios:

Anónimo dijo...

No se puede explicar mejor.
Ahora que las cosas se ponen feas, los inmigrantes van a pagar aún más las ideas absurdas de algunos.
¿Por qué ese sentimiento egoísta de lo mío frente a lo demás cuando nada es de nadie? Somos puro azar, y de nacimiento, de vida y de muerte.

Anónimo dijo...

Qué trascendental te pone la paternidad…je je

Pues sí, Larrey, ¿qué es eso de las raíces? Qué es lo que nos hace ser como somos ?
Yo a mis alumnos muchas veces les digo que en el fondo todos somos extranjeros porque ninguno sabemos de dónde venimos

Merce