26 de junio de 2008

AFAN POR GANAR

No conozco a nadie al que no le siente como un lata de berberechos caducada perder al fútbol, al mus o al futbolín. Y en los tres casos (sobre todo en los dos últimos, tan de macarra de billar) hay un punto de chulería previo. Toda una liturgia que es, en algún modo, una toma de conciencia del contrario. ¡ Cuantas frases hay para esa liturgia en el mus!. Bueno, echamos la partidilla, pero que sepas que normalmente cobro por las clases. Ya veo que no te has leído mi libro, ¿qué libro?, como aprender a jugar al mus aun siendo un torpe. En fin, con el futbolín es lo mismo. Eso ni hace que ganes más, ni que si pierdes sea menos doloroso, puede que, por el recochineo final, la victoria sea algo más dulce, pero poco más. Entre otras cosas porque, de todos es sabido, que unas veces se gana y otras se pierde. Por decirlo de algún modo, un día mofas y el otro eres mofado. Salvo yo, claro, que suelo ganar siempre (venía cantado, tenía que decirlo).
El caso es que nadie nos enseña a saber perder. Tenemos ese afán, entre innato y aprendido, por ganar, pero nadie nos explica que los juegos juegos son y que unas veces se gana y otras se pierde. O al menos si lo hacen lo hacen muy mal, porque sirve más bien de poco. Una de las primeras frases que aprende un niño futbolero es "no vale". Primero la dice y después la explica. Y en el camino busca la razón por la que el tiro que acaba de convertirse en un gol no debe serlo. Me recuerdo llorando el día que perdí la final del campeonato de futbol sala del colegio. Además fallé el penalti en la tanda final, creo que todavía no he podido superarlo. Mi hijo ha heredado esta desagradable sensación. En los juegos competitivos que realizamos tengo que dosificar sus victorias, para que no piense que siempre ha de ganar, y también las derrotas, porque son un verdadero drama.
Sobre esto de ganar y perder tengo una escena grabada. Uno de los últimos años que trabajé como socorrista organicé en la urbanización una competición de natación. Preparamos las categorías y toda la parafernalia y en el caso de los más pequeños no distinguí entre chicos y chicas. ¿Para qué?, ya era hora, pensé, de que les hiciéramos ver desde el principio que la igualdad empieza sabiendo ganar y perder. Pues una madre, muy indignada, cuando su hija quedó tercera o cuarta, vino a reclamarme que era injusto que su hija no hubiera competido con chicos, que de haberlo hecho solo con chicas hubiera quedado campeona. A todo esto la hija de la mano, supongo que igual de indignada que la madre. Me quedé sin palabras. Era una maldita, insignificante e irrelevante competición vecinal, entre amigos, pero ay, cuando entra la palabra perder, ahí se nubla todo, la razón y los principios.

3 comentarios:

ralero dijo...

Qué sueles ganar casi siempre... ya te cogere yo a ti, ya... y eso que hace siglos que colgué las botas. Bueno, las botitas.

Abrazos.

Larrey dijo...

yo era más bien de manillar y cervecita, de no vale hueco y rabona de madera.

Anónimo dijo...

Lo de "rabona" es por lo de los monos ? jaja