Mi hijo me dice que me quiere. Él no sabe lo que significa ese sentimiento. Va conociendo poco a poco los demás, los que le ofrece su cuerpo: el frío, el calor, el hambre, el sueño. Pero hay otros que no sabe sintetizar. La pena, por ejemplo, y el amor. Pero me lo dice. Es algo aprendido. No soy persona de decirlo mucho, que se lo digan a mi pareja, a la que adoro y que los recibe con cuentagotas. Aunque, en mi defensa diré que creo que hay miles de formas de decir te quiero sin decirlo. El caso es que con mi hijo (pronto también con el segundo) me esfuerzo mucho por decirle te quiero, te quiero mucho. Con palabras, con esas palabras. Quiero que me escuche decirlo. Una de las consecuencias es que ha entendido que eso nos gusta, que eso gusta a la gente, entonces, sin saber realmente lo que supongo, lo que significa, lo que siente, te lo suelta. Cuando estás con él un rato, se siente importante, él único para tí durante esos minutos, suele soltar una frase que acabaría con todas mis defensas si es que estuvieran activas: ¿a que estamos muy agustito?, te quiero mucho. Y me dan unas ganas locas de abrazarlo hasta que le crujan los huesos y de verdad que tengo que controlarme, porque alguna vez me da que le va a doler tanto amor, tanto abrazo y tanto beso. También soy duro a veces con él, mucho (según dicen) en algunos casos, así que a mí me vienen también fenomenal estas exposiciones aprendidas de amor. Lo bueno es que no solo lo utiliza con nosotros, con los amigos, con la familia, y a todos se les queda una sonrisa de tontos cuando mi hijo les dice, con toda naturalidad, eh, que te quiero mucho.
27 de junio de 2008
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