Que estén ahora mismo los dos en el baño del avión no es casualidad. Ni economía del espacio y el tiempo. Quizá este tipo de secuencias inviten a pensar en la premura, la desesperación, el sexo brutal y rápido. Pero ellos se lo están tomando con mucha calma. Han entrado cómplices y sonrientes, recibiendo la mirada condescendiente de la azafata, que preparaba ya el carrito de las bebidas. Él la ha puesto contra el lavabo, las manos elevadas en el espejo, como si la fuera a cachear. Y algo parecido ha hecho con la lengua, que ha recorrido toda su silueta, ya fuera por la piel o sobre la ropa liviana del verano. Después le ha levantado la falda y se ha pegado a ella, tanto que ha notado la erección en sus nalgas y el primer gemido se le ha escapado entre risas, como si se diera cuenta de que ahí, en ese suspiro, se le escapaban las posibilidades de contención. Se ha arrodillado y ha comenzado a morderle el culo, sin olvidar la lengua, que ha ido trazando zetas donde después los dientes dejaban su delicioso rastro. Ella, para facilitar el trabajo, ha levantado una de las piernas, ofreciendo su coño, húmedo y sediento. Él ha entendido rápido el mensaje y como si fuera un peregrino en el desierto y su entrepierna el oasis soñado, se ha lanzado con la boca a beber el caliente néctar. Cada lengüetazo despertaba en ella un nuevo gemido que intentaba esconder inútilmente en el pecho. Los dedos, la lengua, los labios, el deseo contenido puede mucho más que su sentido del decoro. Ahora, con dos dedos metidos en el coño le importa bien poco, la verdad, lo que alguna de las azafatas pueda pensar cuando salgan del baño. Goza tanto con este juego, pese a la incomodidad, que teme correrse en su boca a no ser que haga algo. Y lo hace. Se da la vuelta, lo invita a ponerse de pie, le baja los pantalones, ahora sí con prisa, y se mete la polla en la boca con premura, casi con violencia. Ya dentro, como si ésta fuera quien le permitiera respirar, se lo toma con más calma, se acomoda, lo hacen ambos, y empieza a disfrutar de ello. La deja en la lengua y con la mano la pasea de un lado a otro. Con la otra mano masajea los genitales, tirando de la piel con los dedos hacia abajo. Después vuelve a metérsela en la boca, todo lo que le es posible. Mientras la saca va haciendo fuerza con los labios y con la lengua, para forzar la presión sobre el pene. A él le ocurre lo mismo, si no hace algo para evitarlo le llenará en dos segundos la boca de leche y ese no era el plan previsto. La vuelve a poner frente al espejo. Ella lo mira a los ojos, como indicando que este no es el momento ni el lugar para ciertos juegos. Él sonríe, para tranquilizarla y le mete la polla en el coño con dolorosa paciencia. Cuando está dentro se van acomodando, como dos piezas de un viejo puzzle que necesitaran ciertos retoques, ciertos empujones para terminar de encajar a la perfección. Cuando lo hacen empiezan los movimientos. Mientras golpea sus nalgas penetrándola hasta lo más profundo de su ser, busca la forma de colocar su cuerpo y poder llegar al clítoris. Cuando lo consigue ella siente que el suelo, que debe de estar a miles de pies de la tierra, se desvanece. Un orgasmo lento, un orgasmo enorme pero diesel, se va situando en su cuerpo, pequeños impulsos nerviosos que van desde su coño se reparten por todas las extremidades. Apoya la cabeza contra el cristal, aferra las manos al lavabo y se corre, brutal, salvajemente, tanto que se muerde el labio hasta hacerse sangre. Él no se ha corrido y busca seguir con el movimiento. Pero ella, recuperada cierta calma, tiene otros planes. Saca la polla de su coño y él espera que se arrodille para sentir un orgasmo en su boca. Pero no es ese el plan. Sin cambiar la posición se acomoda la polla en el culo y no sin cierta dificultad, logra metérsela entera dentro. Es tal la presión, el calor, que él tampoco puede evitar el orgasmo. La evidencia de la leche en su culo, caliente y pastosa, es demoledoramente intensa, tanto que apunto está de sentir otro orgasmo. Ese gesto torcido del rostro lo adivina él, y no saca la polla del culo, pese a que la erección va cediendo, sino que entra y sale apenas unos centímetros mientras acaricia el coño con toda la mano abierta, que previamente ha humedecido. No son necesarios ni media docena de movimientos cuando el segundo orgasmo la obliga de nuevo a aferrarse a su alrededor para no perder el equilibrio y, quien sabe, hasta la cordura. Después se recolocan la ropa, se besan entre risas con un por fin, cómo lo necesitaba y salen de nuevo a los asientos del avión. Es tarde, apenas queda media hora para aterrizar. Por suerte los pequeños, abrazados a sus respectivos ositos, siguen dormidos en los asientos. Se sientan y cierran los ojos, sumidos en una profunda y maravillosa modorra. Señores pasajeros, nos acercamos al punto de destino…
3 de agosto de 2009
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