16 de enero de 2013

FINO, FINO

Si fuera un cavernícola seguro que el oso cavernario no me pillaba en la cueva. Vamos, de hecho a poco que me calara el jefe del clan, estaría en la mismísima puerta: unga, unga, prosegur, prosegur, unga, calcetines blancos kk. Aunque vaya a encontrar quien discuta mi argumento, soy un homo sapiens evolucionado. Y eso que durante la carrera hubo serias dudas. Como estudiantes de historia, y por ende de arqueología, notaba en mis compañeros ciertas miradas de sorpresa cuando el profesor describía lo que venía a ser el eslabón perdido. Por un momento tuve miedo de que el docente me lanzara su mirada inquisitiva: señor Larrey ¿le importaría salir para que veamos un ejemplo? Pero no. No soy un antepasado del hombre, ni vivo en la selva, ni soy un maqui que huye que la Guardia Civil. No. Soy un mísero contable. Entonces ¿para qué cojones me sirve este oído tan irritantemente fino?¿Qué utilidad tiene más allá de regalarme unas ojeras como torrijas y una adicción sin precedentes a los tapones de espuma? Es un superpoder del que abdicaría ya mismo. El vuelo de un mosquito, a las tres de la mañana, gracias a este supertímpano, es el rotor de un concorde en mis orejas. Una tos de mis hijos y empiezan las fiesta de Calanda en mi cabeza. Llueve, el protector del toldo recibe cuatro gotas y yo me creo en Guernica el 26 de abril del 37. La respiración de mi princesa son los extractores de la M30. Así, con este plantel auditivo, juntar cuatro horas de sueño son no ya un reto, son un Santo Grial, porque soy el Indiana Jones del silencio nocturno. Tales son mis sensibilidades auditivas que voy a donar a la ciencia mi estibo, mi yunque y mi martillo. Que tiemblen los de GAES cuando yo me muera y un científico sesudo de con la clave, se les acabó el negocio. Mientras tanto no me queda otra que cerrar puertas, ventanas y rezarle al Dios de los silencios el menor nivel de contingencia sonora. Ah, y los tapones, fieles compañeros.

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