2 de enero de 2013

APROPIACIÓN DEBIDA

Me gusta apropiarme de sentimientos que siendo sinceros no me son cien por cien propios. Por ejemplo, me gusta pensar que soy de clase baja, obrera, pero aun siendo hijo de un autónomo y una ama de casa, hoy en día tenemos nuestra propia casa, dos coches y salimos como mínimo una vez al año al extranjero, así que, aun por los pelos, no nos queda otra que aceptar que somos clase media. O de clase en vías de extinción, eso lo dejo al lector. Pero que nadie me haga confesarlo. Nací en Aluche y vivo en Carabanchel, pero me gusta bromear con que somos de Pan Bendito, porque como dicen mis vecinos de La Excepción, me gusta alardear de barrio chungo. Ahora, que me han pegado un tiro en la bici, mucho más. El caso es que tengo una afinidad histórica por los barrios obreros. El chabolismo de la inmigración agrícola de los cincuenta y sesenta, siempre me atrajo. Me encantan las historias como las que estuve viendo hace unos días, en el documental Flores de Luna, sobre la formación de El Pozo del tío Raimundo. Un documental con cierto aire amateur, que trata de tender un puente en el barrio actual y el originario. Aquel barrizal de casas clandestinas se nutrió de la solidaridad y del sentimiento de pertenencia que hizo de rincones como aquel pequeños grupúsculos de autogestión en una España cuadriculada y autoritaria. Por eso pienso, y algo así dejan caer en el documental, que el azote de la droga, que afectó tanto a los barrios obreros durante los ochenta, al mío, por ejemplo, vino bien a aquellos que veían con malos ojos un barrio que había surgido de la solidaridad obrera. Fue un, hala, mirad lo que ocurre si se deja a los obreros rojos solos, sus hijos anarquistas abocados a la droga. En el documental hay varias frases que me han calado hondo. Pero me quedo con una. Una mujer, que dice haber venido al barrio, como en las películas, con un chorizo y cuatro pesetas, contaba como unas navidades había terminado robando en Simago tres pelotas y una muñeca de cartón para sus hijos. Y terminaba la anécdota con un significativo que Dios me perdone…si existe. Ese si existe condensa toda una vida de sí, Dios estará ahí arriba, pero la que me levanto al alba y saco del barro a mis hijos soy yo. A él sólo lo veo si voy a la Iglesia. Que gran verdad.

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