20 de septiembre de 2011

ALMUDENA Y LOS PROFES

Almudena Grandes, por la que mi admiración es cada lunes más inversamente proporcional a su apellido, ayer, en su columna, me hizo pensar. Casi caí en la trampa. Tengo una pregunta, y la contestación me la deberían dar los profesores que ejercen su no siempre agradecida profesión en escuelas privadas: ¿cambiaríais vuestra situación actual por tener una plaza fija en la educación pública? Me da la impresión de que sí, que la mayoría preferiría ser funcionario de carrera a enseñar en escuela privada. Y partiendo de esa premisa oportunista, es difícil desmontar el argumento de Almudena: los profesores de la escuela privada son aquellos que han fracasado en su intento de acceder a la pública. No es algo nuevo, lo reconozco, lo he escuchado decenas de veces: si no apruebo, lo intentaré en la privada. Era vox pópuli en los pasillos de mi facultad los últimos días de carrera. Pero es demagogia, y aunque la demagogia, Almudena, funcione en la dirección que nos interesa, no es lícito utilizarla con tanta saña. Para hacer el sesgo entre buenos y malos, más capacitados y menos capacitados, habría que asumir que una oposición es el mejor de los sistemas para determinar los méritos futuros de un profesor. Nada más lejos de la realidad. Y todos lo sabemos, nos hemos encontrado con funcionarios desganados y desmotivados y con emprendedores partiéndose la espalda en el entorno privado; y a la inversa, funcionarios que se dejan las pestañas en cada jornada, y trabajadores del sector privado que juegan al "de cigarro en cigarro y no curro porque me la agarro". Me siento ofendido, Almudena, como lector diario del períódico que da cobijo a tus trasnochadas ideas, como lector que fui de tus acertadas novelas, creo que tu simpleza empieza a ser tan maniquea que ni los que te creemos vamos a creerte. Lo siento. De todos modos te invito a darse un paseo por mi barrio, por los patios de escuela de mi barrio. Ve.

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