30 de agosto de 2010

EL MENSAJE


Hace apenas diez minutos estaba arrodillado entre sus piernas. Les gusta verlas, sentirlas así, expectantes ante lo que va a ocurrir. Su amante de esta noche era alta y muy delgada, demasiado para su gusto, fibrosa, deportista, tal vez Pilates. El pecho pequeño y firme, casi pareciera el de una adolescente en crecimiento. La piel tostada, la respiración entrecortada, toda una metáfora al placer. Como en un ritual se inclinó sobre ella y susurró al oído las palabras mágicas: voy a hacerte gritar de placer. Se enfundó entonces el pene en un preservativo y con el dedo gordo de su mano correctamente humedecido comenzó los movimientos circulares sobre el clítoris. Ella arqueó el cuerpo y se agarró con fuerza a las sábanas, clavando en la seda su manicura francesa. La polla entró con una facilidad pasmosa. Los movimientos eran estudiados. Primero profundidad, lenta, intensa. El dedo firme en sus movimientos circulares, siempre húmedo, nunca incisivo en exceso. En cambio el pene sí entraba y salía con rotundidad, hasta lo más profundo de la cueva. Ella estaba completamente entregada al placer, perdido el poco pudor que le quedara, gritando, apretando los dientes, entusiasmada de tener por fin un amante a la altura. Tan a la altura que la lleva al orgasmo antes de lo que tenía previsto. Él se detuvo un instante, como el cazador orgulloso que es. Tranquila, esto no ha terminado. Y comenzó de nuevo los movimientos circulares y la penetración, ahora mucho más intensa y acelerada. En los ojos de ella estudiaba la cercanía de un segundo orgasmo, que llegue con prontitud. Tiene su propio código de conducta con las amantes recién estrenadas, y en su escala de valores un doble orgasmo le permite dejar su huella. Así que sin mediar palabra, después de gozar con el rostro desencajado de placer y sorpresa, sacó su polla, se deshizo del preservativo y comenzó a masturbarse sobre el pubis y el vientre. Ella, recuperado el aliento, entendió el final y se apuntó a la fiesta. Se fue colando, poquito a poco, entre sus piernas hasta poder alcanzar la polla con la mano y apuntarla directamente a sus pechos. El orgasmo fue profuso, dentelladas largas que surcaron sus tetas, su rostro, que recibió el semen son sorprendente naturalidad, como si fuera una práctica habitual, y no algo extremadamente extraño. Después ejerció sus encantos postcoitales habituales, todos enfocados a la huída rápida. Ella se quedó en la cama, semidormida, todavía con los restos del placer sobre su cuerpo. Él se vistió, escribió en una nota su frase acostumbrada: “si quieres volver a gritar de placer solo tienes que decirme cuando”. Y su número de teléfono. Lo de siempre. De eso hace diez minutos. Apenas el ascensor le ha facilitado el acceso a la calle cuando recibe un mensaje escueto y directo: “mañana”.

1 comentario:

Dafne dijo...

La cuestión es...¿volverá él? me da que debe tener una agenda apretadísima,y una larga lista de espera.Eso es lo malo de estos malos tan interesannnnntes!