Los contendientes se saben en la batalla final. El resto de elementos beligerantes ha decidido rendir sus naves. Las cucharas ondean del plato a la boca en son de paz. En cambio él no, él ha decidido ser fiel a sus principios. Hay silencio. Y eso le resulta sospechoso. Sabe moverse mejor entre los gritos y los reproches, entre el como no te lo comas te vas a enterar y el te la estás jugando se mueve con soltura. En cambio, el silencio de su enemigo lo desconcierta por completo. No sabe si es la calma que precede a la tempestad, un síntoma de debilidad o una novedosa estrategia bélica. Por si las moscas no quiere bajar la guardia y lanza un último ataque suicida. Porfi, mamá, porfi, que no quiero, porfi, porfi. El enemigo es duro, muy duro. Y el silencio una táctica, es imposible que sin un entrenamiento férreo de las huestes maternas estas hayan resistido al ataque mortal de su sonrisa inocente. Va a ser una batalla larga, y las bajas cuantiosas, sobre todo el postre, natillas de chocolate, una pérdida que en otro momento, sin tantas energías como se encuentra ahora, le hubiera hecho sacar la bandera blanca y como sus hermanos hincar la cuchara de la derrota en las espinacas. Pero hoy no, hoy es el momento de que su país luche por sus derechos y reivindique parte de su himno fundacional: ¡ no nos gustan las espinacas !. Es un farol, piensa, cuando el enemigo por fin, en lo que parecía un acercamiento de las partes, decide hablar. No hay problema, las tendrás para merendar. Es un farol. Sonríe convencido de ello, valorando que ha perdido la primera batalla, pero que lo importante es la guerra, que no es otra que es el plato de espinacas. Cuando sus hermanos bromean entre cucharadas de chocolate siente flaquear las fuerzas. No, mantente firme, se dice, antes de que te lo imagines todo habrá acabado y serás el vencedor. Termina la comida y al llegar la merienda comprende que la victoria va a estar más difícil que nunca. No era un farol. En contra de lo que esperaba, en contra de lo que hay en los bocadillos de sus hermanos, a él le espera de nuevo el odioso y frío plato de espinacas. El mismo campo de batalla. Pero ahora se siente más débil. Por eso busca aliados. No, no puedo, le dice primero su hermana, mamá se enfadaría. ¿Por qué no te las comes de una vez?, pregunta su hermano mientras mordisquea el chorizo, cruel e indiferente a su dolor. En la cena se repite la historia, pero ya todos, en mayor o en menor medida, parecen en su contra, mientras degustan las famosas croquetas maternas. Cruel, piensa, muy cruel, la ONU debería prohibir esta clase de torturas. Y ahí está, indiferente, hasta orgulloso, el plato de espinacas. Cada vez más grande, cada vez más inacabable, más inalcanzable, como la victoria. La noche será dura, pero tiene un plan. En la oscuridad una escaramuza que de algo de moral y fuerzas a la tropa. Cuando todos duermen sale sigilosa la avanzadilla en busca de comida. En el salón la primer sorpresa, el plato con un cartelito ¿tienes hambre? con la inconfundible letra del enemigo. Detrás la segunda y definitiva, la puerta de la habitación que se abre y la sonrisa victoriosa de su madre a la espalda. Retorna derrotado en una nueva batalla. La guerra cada vez parece más una quimera. Y la noche una cruel serenata de retortijones de hambre. Al despertar y ver las magdalenas, las galletas y la leche con colacao de sus hermanos comprende que ha perdido, que ha elegido mal el lugar para ser valiente, para ser fiel a sus principios e introduce la cucharada humillado en el plato de espinacas. Cambiaré la letra de mi himno, piensa cuando a la cuarta cucharada su madre le cambia el plato por un bocadillo de nocilla.
Dedicado con especial cariño a mi madre.
27 de agosto de 2008
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2 comentarios:
En este caso, tu madre creo que te enseñó algo valioso, Larrey: Hacerle frente a las cosas que se te resistían... y es que , es mejor así
Seguro que un día, tus hijos se acordarán de ti de la misma manera. Yo por lo menos cada vez me parezco más a mi padre. "Como te ves, me he visto y como me ves, te verás."
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