13 de mayo de 2013

LOS QUE ESTÁN FUERA

Como todos los años en mi empresa nos invitan a dedicarle a la solidaridad una jornada de nuestro trabajo. La filosofía es un poco de manual y garrafón, la de devolverle a la sociedad parte de lo que nos ha dado, pero no deja de ser un momento empático a agradecer y sobre todo para aprovechar. Elegimos un lugar, una institución y nos ofrecemos para lo que haga falta, limpiar, desbrozar, podar, pintar, cocinar, cantar, acompañar, lo que sea. Es un acto totalmente egoísta. Los que participamos sabemos que no vamos a cambiar absolutamente nada, pero nos ayuda a sentirnos un poquito mejor. Y a algo más, claro. Este año hemos ido a un hogar de San Juan de Dios donde se acoge a ese tipo de personas que define el eufemismo "exclusión social". Nuestra primera sorpresa fue que el perfil de hombres (sólo hombres) no era muy distinto al que puebla nuestra oficina: gente con estudios, sin estudios, altos, guapos, feos, casados, divorciados, con hijos...El primer plato de la jornada fue un monólogo teatral. Una modesta performance acompañaba al monologista en la lectura de una vida que, aun siendo como la de cualquier otro, en un momento concreto hace crack y te lleva a lugares como aquel. Terminada la obra aplaudimos emocionados. El responsable del centro nos invitó a todos a decir en una sóla palabra lo que nos había hecho sentir. Cayeron allí todos los tópicos que la sinceridad nos permitió soltar. Después fue el turno de los actores. Uno de ellos nos miró con ojos sinceros, duros, aunque nada retadores, con una humildad serena y nos dijo nosotros, los que estamos aquí, no somos tan diferentes a vosotros, hace no mucho teníamos trabajo, familia, coches, tarjetas de crédito...Por eso digo que hubo algo más que sentirnos bien, que limpiar nuestra conciencia de pequeños burgueses. En mi entorno muchas son las personas que me han dicho esa frase, la gente que está en la calle, en un rincón de la sociedad, no es tan distinta a ti. Pero sólo cuando lo ves así, con esa claridad cristalina, cuando alguien que está en ese otro lado te mira a los ojos y te ves reflejado es cuando sabes que no eres tú, sino la vida y los requiebros, lo que te hace diferente. Y te asusta un poco. Esa parte ya no sabría decir si es buena o mala. Pero asusta.

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