7 de mayo de 2013

LA CHAQUETA Y EL HELICÓPTERO

El accidente en Cuatro Vientos me ha traído viejos fantasmas, de cuando lucía melena y era capaz de meter veinte triples seguidos. Rondábamos los quince y estábamos en clase. Creo que era de inglés. Entonces se escuchó un fuerte zumbido y después una bola de fuego nos deslumbró a todos. Pensábamos que había descarrilado un tren (el metro compartía valla con nuestro patio). El primer impulso fue el de salir corriendo. Pero después de la explosión se generó una especie de silencio espeso. Nos asomamos a la ventana, atónitos, incrédulos ante lo que ya sabíamos había caído del cielo. Fue cuando llegó la segunda explosión. Y ahí sí que se generó el pánico generalizado. La profesora desgañitándose ¡fuera, fuera!. Nosotros gritando, pasando por encima de los pupítres. Entonces recordé que aquella mañana, contraviniendo las sugerencias de mis padres, había llevado al instituto la chaqueta de cuero de mi padre. Los alumnos salíamos despavoridos sin mirar el como ni el donde...todos salvo yo, que no podía salir de la clase sin el que. Y no quiero ser melodramático, pero las matemáticas son las que son: prefería que la explosión me redujera a recuerdos de ceniza que volver a casa sin la chaqueta. No voy a presumir de raciocinio contando esto, lo sé, todo lo contrario, me limito a explicar como fue a modo de catarsis. Mientras el helicóptero ardía y mis compañeros imitaban a los ñus en plena estampida, yo busqué y encontré, la cazadora paterna. Y entonces sí, agarrado a ella como si me hubiera salvado la vida, me lancé pasillo abajo. Fuera todo era confusión. Unos nos mirábamos a otros, sin saber si ya estábamos a salvo. Una intensa humareda se lanzaba al cielo en forma de hongo y el aire era espeso y caliente, costaba respirar. En menos de diez minutos una masa de madres amenazaba con invandir el patio escolar (instituto y colegio) al grito de mi hijo, mi hijo. No pasó nada, más allá de la muerte de los tres tripulantes, el susto y la anécdota tatuada a fuego en nuestra retina colectiva. Y la chaqueta de mi padre. Ahora mismo pienso en mis hijos, en como trato de educarlos en la importancia de cuidar las cosas, sobre todo las que no son tuyas, y espero que no sea tan tonto como su padre. No podría perdonármelo jamás.

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