24 de enero de 2012

LA TENGO MÁS GRANDE

¿Cuantos brazos no se habrán roto por el orgullo masculino? Y no hablo de violencia de género. Me estoy refiriendo a los gimnasios, esos lugares del demonio donde la testosterona le echa una partida de póker al deltoides y el biceps se convierte en una prolongación del pene. Esos lugares, con sus sofisticadas máquinas de tortura, esconden momentos muy duros para el hombre común, ese que convive con su lorza y saborea una cerveza sin demasiados remordimientos. Esos hombres no tatuados, con  camisetas de publicidad de bebidas o películas pasadas de moda, pantalones de marca indefinida y zapatillas multitarea, que son las mismas con las que sale a correr, a comprar el periódico o a darle a los pedales. Porque en los gimnasios uno no es dueño del espacio, lo que te obliga a compartir máquinas. Entonces ocurre. Es ese momento en el que el usuario anterior, ese tipo con brazos como cabezas, termina su serie, se levanta y con una sonrisa te mira como diciendo, hala, si tienes cojones te sientas. Y entonces llega el gran dilema. Por que sí, hay que demostrarle al mundo que la tienes más pequeña, sí, mucho más pequeña...la ristra de pesas que vas a levantar. Así muchos dirán, yo anque me deje el brazo tiro con lo mismo ¡ Qué cojones ! somos españoles, nosotros, con dos pelotas, ponemos otra más, como diciendo, perdona, musculitos, deja, que ahora le toca a los hombres. Y te sientas y comienzas a tirar, y no hablas, claro, por que si hablaras te fallarían las fuerzas y el peso te desolocaría el hombro, que dadas las circunstancias no sería un mal mayor, porque por lo menos dejarías de sufrir, pero te preocupa que se te desprenda un trozo de hueso y ahora que todavía no tienes el seguro de responsabilidad civil, le saque un ojo a alguien. Pero si pudieras hablar le dirías que vas tan despacio porque es así como se logra de verdad el músculo y que tu cara de fresón a punto de explotar es una pose de humildad. A la segunda repetición tu brazo dice que una cosa es estar contigo en los momentos onanistas y otra esa inhumana tortura. Así que lo dejas. Y te levantas chasqueando la lengua y moviendo los brazos como molinillos. Tuerces el gesto como diciendo maldita lesión, me tiene frito, y te vas, lejos, muy lejos. A mí eso no me ocurre, yo espero en la sombra a que la máquina quede libre y, como un delincuente, hago mis series sin dejar el más mínimo rastro.

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