4 de enero de 2012

EL RATONCITO Y LOS CHINOS

Ahora entiendo algunas cosas de la economía. Cuando yo era pequeño el Ratoncito Pérez las pasaba canutas. Si el suicidio dental se producía cercano el ocaso del día o tiraba del comodín de las monedas para robarnos el incisivo lácteo, o debías esperar a la noche siguiente con el diente mordiendo la almohada. Ahora, gracias a las tiendas de Chinos, que lo mismo te frien un botón que te cosen un huevo, el Ratoncito, que es mágico pero no tiene ni puta idea de fabricar Gormitis, puede, casi a cualquier hora, cambiar diente por detalle. Eso explica cosas como que en estas tiendas encuentres siempre un rinconcito para los juguetes de entre cinco y diez euros, el presupuesto que suele manejar el Ratoncito de marras. Así no es difícil encontrar un disfraz de Harry Potter versión "más vale que me digas de que vas antes de que meta la pata", junto a los yogures a cinco minutos de caducar. Lo que no explica es la constante rotación. Las grandes empresas deberían aprender de estos comercios. Tienen de mucho poco, pero es que no se suele acabar, si tu te llevas el último tomate Orlando a los cinco minutos puede venir tu vecino a llevarse otra vez el último. Yo creo que hay una red de canales subterráneos y una piara de motoristas chinos reponiendo a diestro y siniestro. Si no, no se explica esa capacidad de rotación. En fin, Ratoncito, que sepas que mi hijo está muy contento con tu detalle y que ya hay otro, igual, igual, en el estante de donde te lo llevaste, seguro.  

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