12 de enero de 2012

EL LADRÓN DE BICICLETAS

Una jaimitada compuesta, esto es, dos acciones propias de Jaimito concatenadas, me llevaron al trastero de mi casa con un serrucho para hierro. No era una versión cañí y carabanchelera de Dexter, sino un tipo con una cadena encadenada, y nunca mejor dicho, al manillar de su bici. La escena tenía algo de Saw, porque había que elegir, o acabar pronto con aquella tortura (cortando el cable del freno) o hacerlo bien y dedicarle tiempo (cortando la cadena). Opté por la segunda. Las dos jaimitadas mencionadas fueron colocar la cadena en el manillar pillando también el cable, y después perder las dos llaves. El serrucho, alejado de la profesionalidad tres calles (las que separan mi casa del Chino donde lo compré) no auguraban un trabajo fino y rápido, así que me despedí de mi familia como el que parte a América. Después, cual fue mi sorpresa, cuando aquella herramienta garrafón y algo de mi tesón y pericia, lograron partir la cadena en lo que tarda el temporizador de un pasillo en apagar la luz. Menos de un minuto y me había robado mi propia bici. Eso me explicaba muchas cosas. En realidad estas cadenas no sirven para asegurar la bici contra ladrones, sino para evitar que alguien se la encuentre, tirada por la calle, y se la lleve. Porque si yo con un serrucho que más parecía una segueta para cortar madera necesité menos de un minuto ¿qué necesitarán dos ladrones profesionales con su cizalla y su furgoneta al relentí? Y es curioso, porque si vas a una tienda a comprar una cadena más gruesa ¿sabes como te la preparan? cortándola allí mismo, con una cizalla que, por cierto, también venden, dos estantes más al fondo. En realidad no nos roban las bicis en la calle no porque no puedan, sino porque no quieren o por que están robando otra. Y lo dice uno al que ya le han robado dos, y una de ellas la llevo marcada a fuego en el corazón, porque sigo pensando que aquella California X2 era la mejor bicicleta del mundo. Espero que el insensible que me la usurpó la disfrutara al menos la mitad de lo que yo la hubiera seguido gozando.

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