12 de noviembre de 2023

 ESTOS DÍAS: 

Ando, con cierto asombro, desde el sofá, todo sea dicho, estos días. Veo a Ayuso ladrar que vivimos en una dictadura, demostrando de facto no estarlo, porque ella, no solo ha podido decirlo a voz en grito en una televisión, sino que no ha terminado en una oscura celda después. Y alucino. Veo a Feijoo explicar que este gobierno es ilegítimo, un gobierno que, como no puede ser de otro modo en una democracia, salió de las urnas; lo que de facto explica que para él y sus acólitos, en la misma urna hay votos legítimos, los suyos, e ilegítimos, los del resto. No doy crédito. Escucho a Abascal contar que esto solo se puede solucionar con ellos en la prisión o con el dictador en la trena. Y me emociono, lo reconozco, la idea de ver a un dictador en la cárcel me la pone dura; pero luego me acuerdo de que Franco murió tranquilito en su cama y me da el bajón. Veo a los chavales de la Cayeborroka, cuyo nacimiento está más cerca de la invención de la inteligencia artificial que del fin de la dictadura, levantando el brazo y cantando el cara al sol y me doy cuenta de que algo hemos hecho algo mal. Y en todo este batiburrillo va y sale alguien a quien creo, que pienso que dice la verdad, que tiene miedo, y que es un miedo lógico, de sentido común: el jefe de la patronal. No le gusta la amnistía, lógico. Con ella se van a lograr cuatro años más de gobierno progresista, y ahí sí, ahí estoy con él, porque ellos, eso de que haya un gobierno con visos (luego hay que andar...) de tomar medidas en favor del trabajador, asusta. ¿Y si suben el salario mínimo 15 euros y se arruinan todas las empresas de España? Lógico ese miedo, Garamendi, lógico. 

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