19 de octubre de 2012

LA MALDITA FOTO

La pesadilla de Amanda Todd, la niña canadiense que se ha suicidado incapaz de soportar el acoso y la humillación a la que se vio sometida por la presión de un ciberacosador que cumplió su promesa (la de pasar fotos íntimas a los contactos de la víctima), como padre, me abre las carnes en canal. Sobre todo porque esta pobre muchacha que cometió, sí, eso es cierto, el error que supone el primer paso indispensable para sufrir este tipo de acoso sexual en la red (compartir fotografías íntimas con el acosador), siguió todos los protocolos que marcan las autoridades en estos casos: informar a los padres, a la policía, no ceder ante el chantaje...Y es cierto, como dicen las estadísticas, que en la mayoría de los casos el acosador cesa en su empeño si la víctima no responde, pero para desgracia de la pobre Amanda, finalmente el hijo de puta desconocido (todavía no han logrado identificarlo) envió a todos los contactos, a los profesores y el entorno de Amanda, la maldita foto. Y ahí empezó un calvario de vergüenza y humillación que llevo a la pequeña primero de colegio en colegio y después al suicidio. Y como padre me tengo que preguntar qué podemos hacer, y desde ya, para proteger a nuestros hijos de este peligro, aislado sí, pero mortal. Hay que educarlos en los riesgos de la red y sobre todo en dos cosas: la desconfianza ante desconocidos que le quieren quitar rápidamente el prefijo a esa palabra. Y que nunca, jamás, bajo ningún concepto deben ceder fotografías personales e íntimas. Una foto o un video en Internet jamás muere, son eternas. Y cualquier cosa que publiques o entregues en modo de archivo puede ser visto por tus amigos, tus padres, y tu pareja, tus futuros hijos, tus futuros jefes o compañeros de trabajo...Es un axioma indispensable. Pero ¿después?¿después qué? Solo se me ocurre una cosa: la autoestima. Educar a nuestros hijos en lo importantes que son para mucha gente y sobre todo para ellos mismos. Lo buenos que son. Las grandes cosas que hacen y que podrán hacer. Conseguir, sin que los pies se les marchen del suelo, que sepan lo especiales que son, todo lo que les quiere su entorno y lo incondicionales que serán sus padres de ellos para siempre. La presión social, la opinión de los demás, estará ahí como la lluvia. Si tú, como padre (o madre) le entregas el paraguas de la autoestima, es más fácil que no termine empapado. Que sí, que él va a tener que abrirlo y sostenerlo en el huracán, si llegara, pero si no tiene ese paraguas, si no tiene autoestima, se lo llevará la ventisca como a una hoja seca.

1 comentario:

Jésvel dijo...

Verdad,Larrey. Verdad como un templo. Si uno es capaz de cultivar la autoestima, entonces sí que no hay chantaje que valga.

Hace falta valentía, eso sí.