31 de julio de 2012

FOOD VS SPORT

El gimnasio ofrece situaciones bastante curiosas. Tengo frente a la zona de bicicletas estáticas, porque me niego a usar cyclo indor, varios televisores mudos. Así que depende de la suerte el programa que te toque sufrir durante los 40 minutos de sudores. Llevo música y mientras intentamos mantener la dignidad sobre los pedales, la tentación televisiva es irremediable. Uno espera que un centro deportivo sea usuario sobre todo de canales de ídem. Pero no es así. Ayer presencié una curiosa batalla: en el televisor de la derecha un tipo que se lo comía todo. En el de la izquierda, escorzo mediante, los juegos olímpicos, un gimnasta rumano bastante bueno. La especie de reality culinario consiste en un tipo que acepta el reto de comérselo todo. Imagino que con esa premisa sería el rey en las fiestas de Chueca. Pero, al menos en el programa,  son otras las salchichas que devora. El caso es que va a un restaurante, a cual más grasiento, a tratar de comerse el monumento al colesterol de rigor, entre el jaleo creciente del resto de comensales, encantados de saberse grabados en tan magno evento. Ayer tocaban unas tortitas gigantes con nata, arándanos y chocolate. El muchacho, no demasiado obeso para el cariz de su trabajo, se enfrentaba a aquella plaza de toros con nata con cierto miedo. El rumano, mientras tanto, lanzaba su cuerpo sin miedo por los aires asido a unas tristes anillas. Su musculatura tensa invitaba a uno a salir del armario. Vencía a la gravedad con gracejo mientras su alter-ego mordía y mordía las tortitas. El rumano cerraba el ejercicio con una doble pirueta aplaudida sin demasiado entusiasmo por la parte de las gradas que no estaban vacías. Mientras el comedor catódico se dejaba caer, con mucha menos belleza, sobre los restos de arándanos, reconociendo ante el respetable, loco de ilusión, que era incapaz de terminar con el plato. Me pareció una dicotomía muy curiosa. Quizá a otro le hubiera entrado hambre, a mí lo que me entraron fueron ganas de pedalear más y más fuerte, con la esperanza de que las tortitas con nata no terminaran pillándome.

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