11 de octubre de 2011

CROMOS


Corría el año 80 y mi salario neto anual era de 1.300 pesetas divididas en asignaciones semanales de 25. Eso sin contar con las pagas extras de la abuela o la paga de beneficios del aguinaldo. En los meses de septiembre, octubre y noviembre el producto interior bruto de mi reinado era para Ediciones Este: 25 cromos a la semana. Al final del trimestre podía atesorar la friolera de 325. La colección rondaba por aquel entonces los 450 cromos ¿cómo es posible que en navidades hubiera podido terminarla? Es sencillo: Mónaco ¡una mierda! comparado con el patio de mi colegio. Allí había un tráfico ilegal de estampitas futboleras que si lo hubiera visto el Banco de España o Hacienda cierran la escuela. Había tres juegos y en los tres era muy bueno: los nombres (ganaba el más largo), la pared y la palma. Así, jugándome mis repes a todo o nada suplía la falta de presupuesto. Y después estaban las negociaciones de alto copete en el reinado del sile nole, porque mi ego comunista guarda oculta una esquirla capitalista que tocó cielo el día que logré cambiar a N´Kono por 125 cromos. Entonces la palabra trueque tuvo destellos dorados. Así llegamos casi a navidades con todos los cromos colocados y más de 1.000 repetidos en la caja central del banco de mi habitación (el cajón de la mesilla), custodiados por una veintena de clics confederados. Pero faltaba uno, el innombrable, el maldito, el dichoso segundo portero del Real Madrid: Ochotorena. Iba como un yonki por las calles de mi barrio, como un dueño que ha perdido a su mascota ¿habéis visto el cromo de Ochotorena?¿tenéis a Ochotorena? Tal era mi desasosiego que impliqué a medio barrio en la búsqueda. Así una tarde mi amigo David bajó corriendo ¡¡ Carlos lo tiene !!¡¡ Carlos lo tiene !! Y sí, efectívamente a Carlos le había salido Ochotorena en el sobre de todos los sobres. No me anduve por las ramas, le di todos los cromos que tenía en ese momento (dicen las malas lenguas que más de doscientos) y subí a casa a pegar al maldito portero. Los segundos que tardé en encontrar el pegamento fueron los más largos de mi infancia. Cuando la estampita iba ocupando su lugar tuve lo más parecido a un orgasmo sin serlo.
De todo esto me he vengado ya de mayor. Sé que es infantil, pero no pude evitarlo: hace un par de años me compré el álbum y acudí a mi quiosquero y pedí 20 sobres de cromos. ¡ A la mierda miserias ! Hoy veo a mi hijo contar sus repetidos, como un tío Gilito del fútbol, y lo siento, no puedo evitar la nostalgia...

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