18 de octubre de 2011

ATONTAMIENTO

El amor tiene una fase inicial que es como una tormenta, que lo arrasa todo y se lo lleva por delante sin remisión. Hay quienes echan de menos que esa fase dure más. Pero yo creo que por el bien de todos esa sensación debe circunscribirse únicamente a la fase incial o la humanidad, como especie, estaría en serio peligro. Porque esa borrachera emocional que a partir de ahora llamaremos atontamiento, tiene claras consecuencias sobre el individuo que la sufre, de tal calibre, que no es como las almorranas, no, esta fase no se sufre en silencio. Que le pregunten a los vecinos de los enamorados con guitarra. Es una etapa en la que uno solo tiene energías para buscar un beso, una caricia, una frase, un abrazo. Supedita su día a día para encontrar esos rincones de intimidad, y el resto pasa a segundo plano, cuando no a tercero o a las dimensiones que estudia Iker Jimenez. Pero no sólo en los actos del día a día, sino en el propio pensamiento. En esa etapa de atontamiento el cerebro sufre un virus monotemático altamente peligroso. De hecho creo que a los médicos enamorados no deberían permitirles operar en la fase incial, ya que el riesgo de que te implanten un poema de Becker en lugar de una cánula o una canción de Alex Ubago en lugar de un audífono es elevadísimo. Incluso, igual que hacen con el alcohol, los agentes de tráfico deberían montar controles de enamoramiento en fase incial para evitar males mayores. Ningún estadístico avezado habrá encontrado la relación, pero estoy seguro que hay muchos accidentes relacionados con el atontamiento inicial. Pero, para ser sinceros ¿quién no disfruta recordándolo? Yo, cuando me siento abatido o triste, vencido, busco en ese recuerdo las armas para ganarle la batalla a la tristeza. Entonces me sale algo así del estómago, como si se acabara de abrir una gaseosa agitada, que termina explotando en el corazón. Y me siento bien, muy bien. 

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