23 de enero de 2007

Viaje al otro mundo.

La noche está ahí fuera. Parece tranquila, pero también al acecho, esperando un despiste. La oscuridad es una suave melodía, lejana, rota a dentellazos por luces fugaces. No tiene miedo. No quiere pensar que tiene miedo. No lo hagas, hijo, le decía su madre, no lo hagas, ya veremos como salimos para adelante, lo hemos hecho siempre. Sí, madre, siempre, con miserias, mirando al cielo, esperando algo, mire padre, toda la vida luchando y murió pobre, sin un triste traje con el que poder enterrarlo. No, madre, eso no me pasará a mi. La libertad está al otro lado, le escribían sus amigos, los que ya se habían lanzado a la aventura, los que volvían cada verano contando lindezas del otro mundo. Allí, amigo, todos son felices, todos tienen coches, veranean, pasean los domingos, cenan por las noches en restaurantes elegantes. ¿Cómo resistirse?, ¿cómo no cambiar un triste jergón por las sábanas de seda?. Para pasar el tiempo, para no sentirse solo pese a estar tan rodeado de aquellos que como él cierran los ojos para no pensar en el miedo, sueña con volver a su tierra, tal vez con un coche grande, negro, ¿por qué no?, bajar en su pueblo repleto de presentes, buscar que los niños se acerquen esperando una chocolatina que llevarse a la boca y una aventura con la que alimentar el alma. Como las que han alimentado la suya estos años. La carta de un vecino, la vuelta de algún aventurero. El camino es duro. Todos lo saben. Y peligroso. Pero merece la pena, la incertidumbre duele menos que el hambre, le dijo una vez un hombre de paso, del que jamás supo, y que, quién sabe, tal vez fue de los que nunca fue feliz en el otro mundo.
Si cierra los ojos y sueña, se siente mejor, pareciera como si la noche no estuviera fuera, como si no existiera el traqueteo, el ligero vaivén, la respiración de los otros, los comentarios sordos y temerosos, el roce de la piel, el calor, el frío, la sed. Busca su botellita de agua, casi clandestina, oculta, maravilloso elixir que serena su espíritu. A lo lejos se adivinan unas montañas, a ellas se van acercando. Poco a poco el destino es el que se acerca, la nueva vida, la que va estar tan repleta de miedos como de esperanza. Los corazones acelerados. Las prisas, querer ser el primero en salir. Y el silencio, el espeso silencio. Cuando el tren inunda con su estruendo metálico la paz de la estación de Perpignian, no se miran a los ojos. Cogen sus tristes enseres, sus recuerdos y su miedo y se lanzan a una nueva vida. Atrás queda el olivo del alcalde, la acequia, el búnker de la guerra en el que se escondía cuando era crío, las vendimias, el cine de verano con el NODO, su familia, sus amigos...atrás queda todo, sin quedar nada. Frente a él la nada que lo esconde todo. ¿Cómo no ser un extraño?. ¿Cómo no sentir miedo?.


Dedicado a todos los emigrantes, de todas las épocas, de todos los colores
Madrid

2 comentarios:

Caminante dijo...

Estupendo relato ¡en serio!
PAQUITA

Larrey dijo...

gracias, Paquita, animas.