Durante la infancia tenemos una serie de monstruos en el universo imaginario colectivo que en buena medida servían para regular nuestra conducta, para anclar nuestra volatil mente infantil a la tierra. Algunos ancestrales, como el hombre del saco, o el abobinable Hombre de las Nieves. Otros más modernos, como Drácula, El Hombre Lobo o incluso Freddy Krueger. Y, luego, claro, están los localismos como el Tío Camuñas y otros muchos. Esos monstruos, de voracidad sin límites, tenían muy acotado su radio de acción y la simpleza de esconderse bajo las sábanas, unas sábanas que nunca dejaron de ser máginas, servían para alejarlos. O un abrazo a papá o mamá, y el saco y su dueño desaparecían por el resquicio de la puerta.
Ahora, que ya soy adulto y he descubierto, muy a mi pesar, que las sábanas nunca fueron mágicas, ha entrado en mi vida el monstruo más feroz de todos. Este monstruo se escapa a las convenciones de los cuentos, no entiende de abrazos, ni de pózimas, ni de conjuros. Solo entiende de números. Me lo imagino con sus fauces sanguinolientas llenas de sueños y de intereses variables. Las garras afiladas con ofertas y demandas. No hay sábana, por mágica que sea, de la que no pueda zafarse. Dice Calamaro que no hay mal que resista a veinte horas de sueño. Este sí, a veinte horas y a veinte, veinticinco e incluso treinta años. Solo su nombre ya me da escalofríos, EURIBOR. Igual que los fantasmas venían precedidos por el sonido de su bola y de sus cadenas, éste viene acompañado por el tintineo de las monedas. Su voz es de mafioso y tiene la virtud de llegar a todos los rincones, quieras o no, y de aliarse con seres normales que habitan ese lugar que cada vez da más escalofríos: los bancos. Dice Pablo Motos, y no le falta razón, que antes, cuando ibas a un banco, tenías miedo de que te fueran a atracar a la salida. Ahora, en cambio, sales tan tranquilo, porque sabes que donde te han atracado ha sido dentro. Antes eran los fantasmas los que tenían cadenas, hoy lo somos todos, esas cadenas del monstruo EURIBOR, que nos condenan, con unos grilletes que en la mayoría de los casos se aprietan cada año más.
¿Alguien tiene un pózima o conserva las sábanas mágicas de su infancia?. A mi los grilletes han empezado a hacerme sangre.
Ahora, que ya soy adulto y he descubierto, muy a mi pesar, que las sábanas nunca fueron mágicas, ha entrado en mi vida el monstruo más feroz de todos. Este monstruo se escapa a las convenciones de los cuentos, no entiende de abrazos, ni de pózimas, ni de conjuros. Solo entiende de números. Me lo imagino con sus fauces sanguinolientas llenas de sueños y de intereses variables. Las garras afiladas con ofertas y demandas. No hay sábana, por mágica que sea, de la que no pueda zafarse. Dice Calamaro que no hay mal que resista a veinte horas de sueño. Este sí, a veinte horas y a veinte, veinticinco e incluso treinta años. Solo su nombre ya me da escalofríos, EURIBOR. Igual que los fantasmas venían precedidos por el sonido de su bola y de sus cadenas, éste viene acompañado por el tintineo de las monedas. Su voz es de mafioso y tiene la virtud de llegar a todos los rincones, quieras o no, y de aliarse con seres normales que habitan ese lugar que cada vez da más escalofríos: los bancos. Dice Pablo Motos, y no le falta razón, que antes, cuando ibas a un banco, tenías miedo de que te fueran a atracar a la salida. Ahora, en cambio, sales tan tranquilo, porque sabes que donde te han atracado ha sido dentro. Antes eran los fantasmas los que tenían cadenas, hoy lo somos todos, esas cadenas del monstruo EURIBOR, que nos condenan, con unos grilletes que en la mayoría de los casos se aprietan cada año más.
¿Alguien tiene un pózima o conserva las sábanas mágicas de su infancia?. A mi los grilletes han empezado a hacerme sangre.
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