22 de enero de 2007

No es una noche cualquiera

No es una noche más. Late. Esa es la diferencia. No el pecho. Entre las piernas. Un calor abrasador que a ráfagas se lanza por la columna como un latigazo de deseo. No le había pasado nunca. Ella, la mujer control, sobrepasada por algo tan básico como el sexo. Respira entrecortadamente. Está sola. Por primera vez en años esa idea no le gusta. No está desnuda. Pero no le hace falta, es tanta la sensibilidad de su cuerpo que agradece el contacto con la ropa. No es molesto, es placentero. La terquedad del algodón sobre los pezones, que se aferran mientras son mecidos por las respiración. Se muerde el labio. El calor abrasador del día, como una rémora, entra por la oscuridad de la ventana. Los ruidos de la ciudad se acoplan como una suave melodía. La cortina se balancea invitándola a moverse. Se recuesta en el sofá. Los pantalones cortos, ajenos a esa orden, se han quedado en el sitio, presionando los labios de su sexo, que ha agradecido entrar por primera vez en el juego directo. Hace una par de movimientos circulares. El vaivén de su culo hace que el pantalón, convertido en una delgada línea de tela, se acople perfectamente. Su coño abraza al recién llegado y le regala, de bienvenida, un lengüetazo húmedo. Una pierna sobre la silla, la otra sobre el taburete, ligeramente arqueadas. Está cómoda. Así que comienza a imaginar. No hay interconexiones entre lo que ve, un purista de cine le diría que sus pensamientos son caóticos. Pero a su cuerpo le basta. Saca la lengua mientras intenta recordar el sabor pesado y salado de un sexo, ese gemido seco que se dispara cuando ella se lo metía en la boca por primera vez. Los latidos de la verga dentro de su boca, la lengua que se desliza. El poder concentrado en diez centímetros de carne. Recuerda aquella vez, la primera que supo que sí, que en aquella ocasión no habría límites, ni marchas atrás, ni miradas de reproche. Se la metía y sacaba con tanta pasión que a él algunas veces le resultaba doloroso. No era la primera vez, ni mucho menos, que chupaba una polla. Pero aquella era diferente. No lo era ni su sabor, ni su color, ni su forma. Era diferente porque había concentrado una serie de circunstancias que sin que él lo supiera, y por aquel momento ella tampoco, significaban un sí rotundo. Tanta era la violencia de sus embestidas bucales que en ocasiones sentía la caricia del bello genital en la nariz. Estaba tan excitada que sin percatarse de ello había comenzado a acariciarse a sí misma. Los gemidos de aquel hombre retumbaban en su centro del deseo y le pedían más, y más. Hubo una primera descarga pequeña que se fundió con su saliva al instante y le sirvió de aviso. Se la sacó de la boca sin dejar de moverla y lo miró a los ojos. Los tenía cerrados, pero no necesitaron mirarse para saber lo que iba a ocurrir. Abrió la boca y sacó la lengua. Siguió el movimiento. Apoyó la parte superior de aquella divina polla sobre su lengua y sintió su propio orgasmo anticiparse. Mientras era invadida por millones de explosiones que le obligaron a cerrar los ojos, siguió el movimiento, profundo, pero ahora muy lento, demorando la máxima extensión sobre su lengua. Fue en ese instante cuando llegó la primera oleada caliente. Se lanzó sobre su labio, entro en la boca llenándolo todo de calor. Le gustó, quiso más y abrió más si cabe la boca, conteniendo sus deseos de metérsela de nuevo. Él la miraba fuera de control, en medio del orgasmo no podía creerse lo que le estaba ocurriendo, aquella diosa no solo se había arrodillado para hacerle la más espectacular mamada de la historia, sino que estaba esperando su semen con sed de siglos. Fueron cuatro o cinco dentelladas mas que le inundaron la mejilla, el pelo, los labios. Cuando terminó aquella marea salada, entonces sí se la volvió a meter en la boca. Ya no era tan arrogante y el sabor le había cambiado. Todavía no era consciente de lo que había ocurrido, y como si fuera un guión estudiado fue disolviendo el semen que le quedaba por el rostro acariciándose con aquel pene generoso. No se dijeron nada más. Ella se levantó, abrió la puerta del baño, recompuso su imagen, se lavó la cara y empezó a darse cuenta de lo que había hecho. Salió corriendo, asustada de sí misma, avergonzada. Cuando llegó a casa fue directamente a la cama. Por suerte sus padres ya dormían. Al día siguiente se levantó con el rostro reseco, pero no por la descargada de su amante desconcertado, sino por las lágrimas de una niña de quince años asustada por su propio valor.
Nunca más volvió a hacerlo, ni quiso recordarlo. Hasta hoy, que mientras la ciudad parece rendirse a la noche ella se masturba con violencia, gimiendo salvajemente, como solo se recordaba, sin haberlo hecho nunca, en el baño de aquella discoteca. Cuando el brutal orgasmo la obliga a retorcer su cuerpo se da cuenta de que esta vez sí, esta vez por fin ha llegado la hora de dejar de correr. Recompone la respiración con calma, sin dejar de acariciarse y se va camino de la ducha. Antes se detiene en el espejo. Éste, en lugar de devolverle la imagen de una treintañera atractiva y hecha a sí misma, le devuelve el rostro de una niña de quince años que con una medio sonrisa parece decirle “gracias”.

Madrid, 26 de mayo de 2006.

3 comentarios:

Larrey dijo...

Bueno, gente, aquí espero vuestras opiniones, relatos, críticas iniciativas, etc, etc, etc...

Caminante dijo...

ME PARECE MUY BUENO. Y gratificante para la protagonista. PAQUITA

Larrey dijo...

de eso se trata, de la gratificación de superar tus propios temores. Bueno, y del deseo, pero esa ya es otra historia