SAN FERMINES OTRA VEZ:
A mí los sanfermines me saben a pan con aceite. Se que, año tras año, hago penitencia como antitaurino militante que disfruta de esos dos o tres minutos de carreras. Supongo que por ahí andará la cosa, en la necesidad de justificarme a mí mismo esta incongruencia. Pero los sanfermines para el que esto escribe son mi tía Encarna, delantal en ristre, apostada en los fogones, aplastando con la mano el pan de ayer, rodajas ligeramente rectangulares, casi clónicas, para después pasarlas por la sartén, dejándolas muy planas, su seña de identidad. Así daba de desayunar a la ristra de nietos y sobrinos nietos que cada julio pasábamos unos días en su casa (¡las viejas parcelas!) toledana, mientras esperábamos al chupinazo. De ahí nace esta pasión anacrónica. La nostalgia es el mayor deformante de la realidad que yo conozco. A los pitones norteños tras los corredores me remito.
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