30 de septiembre de 2022

 BAJAR, DEL VERBO DEJAR DE:

De impuestos sé bien poco. A mi dumping me suena a marca de bollería o deporte de riesgo. Tengo claro que quiero pagar muchos, porque eso significará que tengo grandes ingresos. 

Como llegamos a la última curva pre-electoral, los impuestos pasan a ser el mantra de todo vocero partidista. Ya no hay pan y toros, ahora Sálvame Deluxe y bajada de impuestos. Cualquier partido que quiera tener mi atención en este asunto debe partir de una premisa. Si eres de la oposición para que te tome en serio y si eres el gobierno, directamente para que te crea. Y parto de la micro economía, que son lentejas y las entiendo más. Si yo ingreso 100 todos los meses y gasto 95 sé que me sobrarán 5. Normalmente esos cinco mueren con las contingencias inesperadas, pero las matemáticas ahí están. Entonces, si por X, por B o por lo que usted quiera, paso a ingresar 85 no solo renunciaré a ese sano colchón de contingencias, sino que tendré que sentarme con la parte contratante y decidir de dónde vamos a reducir los gastos para pasar de 95 a 85 e incluso a 80, por lo de no perder el colchón. Cualquier bajada de impuestos, en un país deficitario, debe venir acompañada de una memoria previa en la que se detallará de manera pormenorizada qué partidas y, por tanto, que servicios dejarán de ser viables. Así los ciudadanos, en lugar de abrir los ojos como ignorantes platos, valoraremos si nos conviene o no bajar los impuestos, porque si me quedo sin sanidad, si perdemos las becas, si las calles no se iluminan, si los baches se eternizan, no me arriendo, como ciudadano, las ganancias. Las cuentas claras, que no sabremos de impuestos, pero sí de las gallinas que entran y las que salen. De eso sí. 

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