6 de noviembre de 2012

BARCELONA EMPRESARIAL

Ayer, por motivos de trabajo, estuve en Barcelona. Y me sorprendió la cantidad de banderas que había en las ventanas. Supongo que forman parte de la inercia de la diada, como las que muchos colocaron en el mundial y que tardaron meses en retirar. Yo odio las banderas, como idea, no necesariamente las manos que las ondean. Pero en el taxi, viendo los trapos colgados, y recordando esta dirigida cortina de humo que es el repunte nacionalista, me hice una pregunta. Las personas que cree con firmeza en la independencia de Cataluña ¿han valorado las consecuencias a nivel empresarial? Barcelona es una ciudad con bastante prestigio, sobre todo en Europa. Es cosmopolita y tiene buena prensa. No son pocas las multinacionales que, superando el primer impulso de rechazo por el idioma (que no lo es tal de forma efectiva) sitúan su sede española en la ciudad condal. Esas empresas, que gestionan desde Barna los negocios de todo el territorio nacional (incluso ibérico, porque suelen incluir en la misma unidad de negocio a Portugal) ¿creen los independentistas que van a poder mantener esas oficinas operativas? Tendrán que cambiarlas de ciudad (y de país). Y las empresas que en la Cataluña independiente quieran afincarse lo estarán haciendo para gestionar un potencial negocio de 7 millones. Y 50 millones es más que 7 millones, eso lo sabe hasta mi hijo de cuatro años. Ya no hablo del rechazo que produciría en cierto rancio sector español el producto catalán (independiente) y que podría condicionar la rentabilidad productiva del nuevo país (¿alguien sabe el peso del mercado español sobre la producción industrial catalana?), hablo de realidades mucho menos subjetivas, de números puros y duros: Barcelona es un destino para sedes empresariales por ser parte de España. Creo que quien azuza la fogata lo sabe, sabe de sobra que se tardarían décadas en recuperar, y por eso esconden esa evidencia. Es más fácil hablar del hombre del saco, cuando el saco es rojigualda, que asumir la culpa. Los políticos son como los niños, acusicas y cobardes. Hacen del "yo no he sido" el paradigma de su ideario. Y cansa.

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