26 de junio de 2012

CALÓ

Como en muchas otras oficinas nosotros tenemos el aire acondicionado. Acondicionado por el jefe de mantenimiento, que como la lluvia, no es del gusto de todos, y a unos nos hace sudar y a otras les pone los pezones para cortar hielo. Pero ayer las noticias que venían de fuera, normalmente de los forzósamente intrépidos fumadores, no eran halagüeñas: hacía un calor de pelotas. Y en eso mismo precisamente pensé al recordar mi coche al sol. Como no hay viagras para parasoles, y el mío sufre una impotencia permanente, perdiendo su arrogancia en cuanto me separo cuatro metros de la puerta, mi vehículo, negro para más cachondeo, es un horno con ruedas. Estuve a punto de llamar a mi pareja y decirle, oye, ve poniendo las patatas y las zanahorias a cocer que los huevos ya los llevo yo y hacemos una ensaladilla para cenar. Mis sospechas se confirmaron en cuanto me senté en el coche. El aire acondicionando rugiendo como un león herido y yo, ni corto ni perezoso, más valiente que Livingstone, me agarré con fuerza al volante. Igual de negro que el coche. Eché de menos unos guantes de cocina que dieran sentido al nombre a la guantera y solté el volante como quien suelta una taza ardiendo, al tiempo que el sol me atizaba por el cristal. Las gafas, las gafas, busqué con mis manos llenas de ampollas. Me las puse. Otra recomendación, si vuestras gafas tienen partes metálicas no dejarlas en el coche en verano. Ahora tengo semiamputadas por cauteración las orejas y un curioso corte de pelo al fuego en las patillas. El parking era el del trabajo y la hora la de salida, así que toda esta concatenación de despropósitos estivales trataba de sobrellevarla con la mejor de las sonrisas y el menor de los estruendos, pero cuando la calle me regaló el anonimato no puede evitar acordarme de la madre del topo, ya sabéis, topota madre. Porque ayer en Madrid, parafraseando a un paisano que conocí en Cádiz: ozú pissa carajo la jartá de caló cazía. Y si queréis que os confirmemos las sospechas, sí, cenamos ensaladilla.

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