No te das cuenta de lo importante que es la espalda hasta que te toca hacer una genuflexión para beber de un grifo. Me he pasado todo el fin de semana tirado en el sofá, y aunque a priori el planteamiento no parece malo, si lo de tirado no es una metáfora voluntaria, la cosa no resulta tan divertida. No sé si es lumbalgia, hernia de disco o la prima de riesgo, pero algo me aprieta y de cojones, más allá de donde el culo pierde su divertido nombre. No sabría deciros si andando parezco más un jovenzuelo recién estrenado en el amor el día del orgullo que un abuelo en busca de su caldito. En realidad, con ese caminar en pasitos cortos, tan a lo Chiquito, más bien parezco una peluda geisha de 90 kilos que cualquier otra cosa. El caso es que mientras estoy tumbado en el sofá la cosa no va del todo mal, pero como sondarse todavía no es una opción y la vida familiar obliga a compromisos ineludibles, hay que levantarse y es entonces cuando me acuerdo de la madre del topo (topota madre). Los diez, quince segundos que siguen a la maniobra alimenticia (croqueta) que requiere la verticalidad, son de un intenso dolor que ni un barril de ibuprofeno remediaría. Así que he intentado echar raíces en el sofá, mientras el mundo, con satélites de siete y cuatro años, giraba a mi alrededor. Para compensar he contado, eso sí, con los mimitos de una enfermera morena y sexy, que no ha dudado de tirar de cinco estrellas cuando el enemigo acechaba con dureza ¿Y sabéis cual ha sido el peor de los momentos? La tarde del domingo. Solo en el salón tomé la arriesgada decisión de encender el televisor. El último y desaprensivo usuario de la caja tonta había dejado una bomba trampa en forma de TeleMadrid. Estiré el brazo, mando en ristre, con la velocidad de un pistolero, pero el zapeo se me hizo esquivo y la dichosa, odiosa y fachosa Cristina López Schlichting escupía sus verdades falaces a la pantalla. Allí estábamos Cristina y yo, dirimiendo el duelo eterno de izquierdas y derechas con la tecnología de testigo. Yo con mi mando impotente, ella con su imponente mala hostia. Mi arma no respondía aunque yo tratara de tatuarme en el dedo el número de cualquier otro canal. Había que tomar una decisión, o soportarla a ella hasta que un alma caritativa me rescatara del estiércol mediático, o levantarme, aguantar con dignidad el dolor y apagar el aparatito del demonio con la mano. Calculé el tiempo que restaba del baño de los peques y me lancé como un soldado que abandona desarmado la trinchera al grito de muere hijo de puta. Las lágrimas de dolor merecieron la pena porque sigo vivo.
22 de octubre de 2012
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2 comentarios:
jaja....bueno no me rio por el dolor de espalda sino por el resto.Cuídeseme!!!!
Yo estuve la semana pasada así y también me fallaba el mando. Para ese dolor va mejor el paracetamol de un gramo que el ibuprofeno, por si sirve de algo.
Es de terror cuando piensas: he de moverme y durante segundos el miedo al dolor te paraliza y tienes que encontrar el valor para soportar esa primera punzada. Una vez hecho eso, el resto es un conjunto de quejas que acompañan la incorporación.
Cambia las pilas al mando, que va a ser eso.
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