Mostrando entradas con la etiqueta reflexiones. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta reflexiones. Mostrar todas las entradas

3 de marzo de 2007

NACIONALISMOS


Escribo lejos de mi odiado Madrid (solo se puede odiar lo que un día se quiso). Me separan 450 km de mi rutina. Miro por la venta y casi se adivina un prado con sus vacas y el aire norteño de la tranquilidad. He venido a ver a mi viejo amigo Alex (nos conocimos en la mili y ya somos los dos padres, da vértigo). ¡ Qué tierra tan hermosa !, pienso. Y si me preguntaran no sabría decir cual. ¿Asturias o La Mancha?, ¿Castellón o Alicante?¿Ávila o Toledo?. Porque todo me parece hermoso. La hermosura nos rodea en una tierra maravillosa en sus pueblos, en sus calles, lejos de la especulación y de los gritos de la Carrera de San Jerónimo. Y recuerdo otros viajes, Suiza, Alemania, Italia, y recuerdo cuantas cosas vi, cuanta cosas conocí, cuanta gente tan distinta y dispuesta a ofrecerte lo que tienen...yo que apenas he tenido tiempo y dinero para viajar. Hay tantas realidades que parece ridículo aferrarse a una, luchar por la exclusividad parece ofensivo. Deberíamos sentirnos abrumados por la grandeza que nos rodea. Los nacionalismos se curan viajando. Cuan verdad es esa. Pero también hay que tener la mente abierta. Conozco personas (catalanas, vale, sí) que han viajado por media Europa y en cambio, jamás estuvieron en Cuenca, o en Jerez. ¿Para qué?. Para conocer tu tierra, mi tierra, su tierra. Nunca he entendido los nacionalismos, ni las ideas intransigentes, y cuando veo manifestantes con banderas preconstitucionales o gritando contra la tierra que me acunó (¿cual es?, como siempre no tengo la certeza) me parece injusto que una tierra tan bella tenga estos cenizos en sus cuevas.

Hoy no escribo con lógica, es demasiado pronto y todavía escancian mi sangre los litros de sidra. Pero ni la manzana asturiana me hará cambiar de idea. Busquemos la felicidad abriendo nuestras ventanas para que entre la luz, y no cerrándolas porque creamos que lo hay dentro es tan hermoso que está en peligro. Nada de lo que hay en tu tierra te pertenece, no luches por utopías, lucha porque el mundo conozca lo que amas y no te sientas diferente a los demás. Lo que crees único llegó a ti después de mamar otras unidades igual de únicas. Unas gachas son mi tierra, y una bota de vino, una cerveza en la nevera, un libro en el zurrón, un catxi para un amigo con una buena butifarra, si queda tiempo una morcilla, ¿porqué no una buena paella?. Aderecemos el mundo, la gran cocina no se merece comida basura ni portones cerrados. Abre tu ventana, yo quisiera ver lo que hay dentro. ¿De verdad crees que es tuyo?

26 de febrero de 2007

POLICÍAS Y COLEGIOS




La noticia de la propuesta de Simancas de un policía en cada colegio me ha hecho reflexionar. No voy a valorar electoralmente su idea, porque es precisamente eso, una idea electoralista, sino que da que pensar el problema al que se busca solución. Y como siempre voy a utilizar mi realidad para intentar entender las cosas. Recuerdo mi infancia, que con la edad se está convirtiendo en una de mis actividades favoritas, y encuentro pilares muy básicos en mi educación y en mi forma de entender la vida: mis padres, sobre todo mi madre, que era nuestro referente diario, los profesores, a los que respetábamos, por miedo, puede, por rutina, también, por educación, sobre todo. Mi abuela, que hacía de madre cuando ésta no estaba. Algunos miembros de la familia que por su comportamiento pasaban de tíos o tías a espejos. Entre todos dieron forma a la arcilla para lograr la escultura que soy ahora. Creo, y no es vanidad, que hicieron un buen trabajo. Y creo que en mis amigos de la infancia el resultado fue el mismo. Ahora seremos unos de un color, otros de otro, pero nuestros valores son más o menos los mismos. Tuvimos nuestras peleas, hicimos nuestras locuras, pero nunca sentimos la necesidad de tener un policía en nuestro patio. Hoy esa idea no parece tan descabellada. ¿Por qué?, ¿qué ha ocurrido?. Una vez más me aventuro a la sociología desde la ignoracia, pero da la impresión de que la sociedad no se ha preparado a conciencia para la definitiva incorporación de la mujer al mercado laboral. Ni las empresas, ni la familia (benditos abuelos) han tenido tiempo para la adaptación. No vamos a negar lo evidente, a nuestra generación nos cuidó y educó una madre. Ellas revisaban nuestros deberes, nuestra mochila, nos daban de comer, de cenar, nos enseñaban las pequeñas tareas de la casa, nos bajaban al parque o nos vigilaban desde las ventanas. Ahora, con jornadas eternas de padres y madres, esa responsabilidad queda en el limbo, en unos abuelos que ya no tienen ni fuerzas ni verdadera intención de educar, sino de cuidar y mimar, porque se lo han ganado. Queda ese vacio, que seguro no es la responsabilidad directa de la pérdida de valores, pero sí que un acelerador, seguro. Habría que plantearse medidas que permitan a los padres pasar más tiempo con sus hijos. Y pensar que estos "trabajan" desde bien pequeños. A su jornada laboral (de no pocas horas) hay que añadirle los draconianos e imcomprensibles deberes. Yo salgo de trabajar e intento no trabajar, ellos han de hacerlo en sus casas. No voy a empezar una campaña contra los deberes, no es la intención de este artículo, pero da que pensar, el tiempo post escolar debería servir para educar otros elementos, y no los del conocimiento académico. El caso es que todo esto, la falta de tiempo de unos padres ahogados con hipotecas, letras y trabajo, hace que los niños pierdan el contacto diario y nutritivo con el núcleo familiar. Y pensar que la televisión o los ordenadores son sus herramientas educativas asusta. Quizá por eso no resulte tan complicado entender que la autoridad del maestro se haya perdido por completo. O el respeto al prójimo. Como padres debemos hacer lo que podamos, y una de las cosas es intentar pasar más tiempo con nuestros hijos. Que nuestro coche es más pequeño, pues nada, lo importante es que nuestro hijo, cuando llegue a nuestra edad, recuerde los momentos vividos, y no los programas de televisón que acunaron su infancia. Es cierto que ese tiempo no siempre redunda en algo práctico, como esos padres que acuden a los colegios encolerizados porque su hijo ha recibido un castigo (siempre que éste sea lógico) haciendo creer al niño que aquí no hay más autoridad que su padre, que es el que manda, y ¿quien es ese tipejo de matemáticas para recriminarle?. Hay que hacer un examen de conciencia y pensar, como en el tema de la ecología, que nos estamos jugando el futuro de la humanidad y de nuestra sociedad. No parece un tema sencillo, ¿verdad?.

23 de febrero de 2007

LA NOCHE DE LOS DOS PLÁTANOS


Mi madre, como todos los padres, tenía toda una parrilla de normas de obligado cumplimiento: lavarse las manos antes de comer, saludar a los mayores, el beso de buenas noches, no cantar en la mesa y no comer nunca, pero nunca, dos plátanos de postre. Y yo, como niño, que desconocía la utilidad real de las normas y adoraba los plátanos, entraba en conflicto cada noche en busca de mi ración doble. Nunca claudicaba. Así que mi monoplatanismo era perpetuo. ¿O no?. Ocurrió tal día como hoy hace 26 años. Un tipo vestido de verde con un gorro horrendo entró con unos cuantos compañeros en el congreso, pistola en mano, y gritó aquello de "se sienten, coño". Evidentemente para mí, que veía, igual que el resto de mi familia, confusas imágenes en la televisión, era un día cualquiera, y aquello bien pudiera formar parte de alguna película de Chicho Ibañez Serrador. Para los adultos no, para los adultos aquel era un momento de incertidumbre, de nervios, de llamadas telefónicas. Tanto que mi madre, mientras nos daba la cena a mis hermanas y a mi, estaba especialmente despistada en sus funciones maternas. Y eso influía, por su puesto, en las normas. Es mi oportunidad, me dije. ¿Qué queréis de postre?. Plátano, dijimos dos de los tres. Sacó la fruta, varias naranajas, mandarinas y tres o cuatro plátanos. Lo hice con profesionalidad, sin perder la calma. El primero con naturalidad, que nadie intuyera mis ulteriores intenciones. El segundo con sigilo, pero con rapidez. Llam, llam, llam, de tres ansiosos bocados cayó el muro de las normas y el primer plátano doble de mi infancia.

Aquella noche no fue especial para un niño de nueve años como yo por lo que estaba ocurriendo en Madrid o en Valencia, donde la democracia parecía jugársela a una sóla carta. No, aquella noche fue especial y maravillosa porque pude comerme dos plátanos de postre. Y parece una anécdota divertida sin más, pero no, porque gracias a ese detalle, poco tiempo después, siendo todavía niño, pude comprender la magnitud de lo que había ocurrido, porque algo muy, pero que muy grave debía ocurrir para que mi madre se despistara tanto que yo pudiera comerme dos plátanos.

31 de enero de 2007

Los monstruos modernos


Durante la infancia tenemos una serie de monstruos en el universo imaginario colectivo que en buena medida servían para regular nuestra conducta, para anclar nuestra volatil mente infantil a la tierra. Algunos ancestrales, como el hombre del saco, o el abobinable Hombre de las Nieves. Otros más modernos, como Drácula, El Hombre Lobo o incluso Freddy Krueger. Y, luego, claro, están los localismos como el Tío Camuñas y otros muchos. Esos monstruos, de voracidad sin límites, tenían muy acotado su radio de acción y la simpleza de esconderse bajo las sábanas, unas sábanas que nunca dejaron de ser máginas, servían para alejarlos. O un abrazo a papá o mamá, y el saco y su dueño desaparecían por el resquicio de la puerta.
Ahora, que ya soy adulto y he descubierto, muy a mi pesar, que las sábanas nunca fueron mágicas, ha entrado en mi vida el monstruo más feroz de todos. Este monstruo se escapa a las convenciones de los cuentos, no entiende de abrazos, ni de pózimas, ni de conjuros. Solo entiende de números. Me lo imagino con sus fauces sanguinolientas llenas de sueños y de intereses variables. Las garras afiladas con ofertas y demandas. No hay sábana, por mágica que sea, de la que no pueda zafarse. Dice Calamaro que no hay mal que resista a veinte horas de sueño. Este sí, a veinte horas y a veinte, veinticinco e incluso treinta años. Solo su nombre ya me da escalofríos, EURIBOR. Igual que los fantasmas venían precedidos por el sonido de su bola y de sus cadenas, éste viene acompañado por el tintineo de las monedas. Su voz es de mafioso y tiene la virtud de llegar a todos los rincones, quieras o no, y de aliarse con seres normales que habitan ese lugar que cada vez da más escalofríos: los bancos. Dice Pablo Motos, y no le falta razón, que antes, cuando ibas a un banco, tenías miedo de que te fueran a atracar a la salida. Ahora, en cambio, sales tan tranquilo, porque sabes que donde te han atracado ha sido dentro. Antes eran los fantasmas los que tenían cadenas, hoy lo somos todos, esas cadenas del monstruo EURIBOR, que nos condenan, con unos grilletes que en la mayoría de los casos se aprietan cada año más.
¿Alguien tiene un pózima o conserva las sábanas mágicas de su infancia?. A mi los grilletes han empezado a hacerme sangre.

27 de enero de 2007

Mi olimpo de los dioses

Cuando era pequeño admiraba a Arconada. Él era el Zeus de mi Olimpo particular. Tanto que más allá de sus acrobáticas estiradas lo imaginaba insomne, incluso con capa, deshaciendo entuertos, salvaguardando la ley y el orden. Según fui creciendo y la vida me fue enviando mensajes de adulta cordura, como el fraude de los Reyes Magos o el Ratoncito Pérez, los habitantes del Olimpo fueron cambiando. Llegó la cultura y el cine. Así que los nuevos dioses fueron extraños tipejos al grito de "acción". George Roy Hill, Paul Newman, Jean-Paul Rappeneau y su Cyrano, el Leolo de Jean Claude Lauzon, Armendáriz...tantos y tantos creadores del celuloide. Los admiraba por lo que me hacían sentir, pero también había ya un cierto grado de envidia y frustración, por qué no, pensando que ellos hacían lo que yo nunca llegaría a hacer. Papá Noel había muerto definitivamente. Ese Olimpo se fue retroalimentando con el paso del tiempo, de él entraban y salían sin sillón fijo, salvo los genios peremnes inmunes a su propia creación. Hasta que un día caí en la cuenta de que salvo excepciones como Medem o Aranoa, casi todos mis dioses venían del mar de las letras. Así fue como pasé de Arconada a Jose Luís Sanpedro. Y ahí han estado alimentando a partes iguales mi ilusión por imitarlos y mi frustración relativa por no llegar nunca a su altura. De igual modo que pasó con el mundo del cine, mi olimpo particular se fue llenando de otros personajes más cercanos, más del día a día. Mis padres, superando el natural rechazo adolescente, por darlo todo para que fuera lo que soy, mi abuela por saber dejarnos sin perder la sonrisa, mi tía Juliana, por rebosar amor. Mi tío Miguel por tantas cosas. Inma, mi compañera del alma, por acoplarse tan bien a mi. De igual modo hay personas a pie de calle que me llenan por una acción, como aquel joven que se lanzó a un terraplén para intentar salvarle la vida a un camionero entre las llamas de su vehículo. Personas como él, que tienen una forma de ver la vida mezcla heroismo y sensatez aplastante son las que me han llevado hoy a sentarme a escribir.
La primera vez que lo vi fue en una película de Medem, otro de los habitantes del Olimpo. Se comía la pantalla. No por su belleza o carisma, sino por la dramática sensatez de sus palabras. Palabras que muchos de los que hoy alimentan ese odio fratricida tan de moda en la política española deberían tatuarse en el alma. Después de un tiempo ha vuelto a mi vida, nuestra vida, y seguro que con molesta involuntariedad, porque si algo caracteriza a Eduardo Madina, pese a su pasado y su presente, es el rechazo al protagonismo. Como él dice, ha buscado siempre guardar su intimidad de miradas ajenas. Madina es dirigente del PSOE vasco y víctima de ETA. Pese a esto último y siempre por su forma de ver la vida, esa forma que le ha llevado a la cúspide de mi Olimpo, no se siente una voz especialmente autorizada. Ser víctima, ha dicho, no me parece un valor añadido a la hora de tener razón. Eso también deberían tatuarselo en el alma más de uno. Lo que me impresiona y me frusta a un tiempo, por estar tan lejos de mi alcance, es su serenidad. Pese a lo que ha vivido ha sabido crearle diques al odio, para que,como él mismo nos explica, ETA no consiga lo que busca, que es multiplicar el odio. Deberíamos tatuarnos todos su filosofía de vida, yo el primero. Eduardo, bienvenido a mi olimpo.