EL ADIVINO Y SU PUEBLO:
Nota: este cuento tiene ya su tiempo, y ahora, casi por casualidad, haciendo la convocatoria cíclica con la que elijo la alineación de presentables, ha aparecido como por casualidad. Me parece especialmente oportuno...
EL
ADIVINO Y SU PUEBLO:
Era
la persona más influyente del pueblo. Capaz de adivinar el futuro, pero nunca
un futuro individual. No, sus dotes adivinatorias se centraban en la comunidad.
Así, era capaz de pronosticar las sequías, con lo que los políticos podían
fomentar el cultivo de las plantas menos exigentes. También era capaz de
predecir las grandes tormentas, o las lluvias torrenciales. O los aludes de
tierra. O las ingentes nevadas. De este modo el pueblo se preparaba y lo que
estaba previsto fuera una catástrofe, terminaba como una anécdota más,
celebrada por el pueblo entero. Ocurrió entonces que un grupo de vecinos,
envidiosos de las capacidades del adivino, recelosos de su fama, comenzaron a
cuestionar su capacidad de pronóstico, dado que jamás acababa ocurriendo la
desgracia de la que él había prevenido. El pueblo entero llegó a dividirse
entre los que querían poner en marcha las medidas preventivas, como siempre, en
cada predicción, y los que no. Hasta que estos últimos fueron los más ruidosos,
y cuando el adivino advirtió de aquella gran tormenta, la más grande jamás
vista, capaz de destrozar el pueblo y convertirlo en un mar de barro y
escombro, salieron a la calle a festejar el fin de las predicciones, que la
naturaleza hablara y que el futuro llegara como tuviera que llegar. Aquella vez
nadie puso medios, no hubo quien se anticipara, y los políticos se dejaron
llevar por la mayoría recelosa. Aun hoy, cientos de años después de aquella
última predicción, los arqueólogos siguen sin encontrar la ubicación real de
aquel pueblo enterrado en el barro.
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