27 de marzo de 2024

 LA LLUVIA Y LA SEMANA SANTA: 

Es una de esas noticias recurrentes, como los niños abriendo los regalos el seis de enero, los turistas abanicándose en agosto en alguna ciudad costera, los atascos de la operación retorno o las fiestas en las puertas de las administraciones de lotería que reparten el gordo en navidades. Me refiero a las lágrimas de los cofrades porque su paso no puede salir a procesionar por culpa de las dichosas nubes y su costumbre de mojarlo todo, costumbre, por otro lado, cada vez menos arraigada en el cielo patrio. Como no soy creyente, no voy más allá, total, la Semana Santa se encaja en plena primavera, que la sangre altera, así que la primavera no hace sino primaverear. Pero ¿y los creyentes? Que yo se que la fe es a la razón lo que la noche al día, pero ¿no se hacen preguntas? Porque da igual abril, que marzo, que ellos cambian las fechas y las nubes, erre que erre, tronando. Vamos, yo, visto lo visto en estos últimos cincuenta años de vida, me da que a su Dios gracia, lo que se dice gracia, no le hace mucha eso de los paseos en volandas de figuritas de porcelana con matos brillantes o musculados sangrantes arrastrando una cruz a lomos de velludos soldados y su cabra, por no hablar de los encapuchados y sus cirios. Que a las pruebas me remito, blanco y en botella...jabón de lavadora.



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