11 de febrero de 2013

PENA

Ocurrió el sábado. En la puerta de la oficina de correos cercana a mi casa, que, cosas de la vida, está abierta un sábado, con funcionarios trabajando, que cosas más raras pasan. Él era un tipo bastante alto, no mayor que yo, calvo, con cierto aire desgarbado. Avanzaba con paso firme y decidido, el de quien sabe a dónde va pero también tiene cierta prisa por llegar y quien sabe si por volver. Detrás iban sus dos hijos y la madre de estos. Todos llevaban, acordes a sus capacidades, una cantidad grande de sobres. Eran sobres de tamaño normal ¿Quién podía llevar cientos de sobres a una oficina de correos? El chaval no parecía familiar de Bárcenas ni tenía pinta de ir a compensar a los funcionarios la no extra de navidad. Estaba claro que iba a dejar curriculum, porque, por mucho que le fastidie a los Rosell y compañía, la gente que está en paro quiere dejar de estarlo y hace cosas, cada día, para tratar de salir del pozo. Y me dio pena, mucha pena. Porque hoy en día un c.v. postal es papel mojado. Recordando lo que en mi empresa y en otras muchas se realiza con los que se reciben por correo, me dieron ganas de acercarme al muchacho y decirle, olvídate de esto, olvídate de imprimir hojas, de meterlas en los sobres, de buscar direcciones y céntrate en las páginas de búsqueda de empleo por internet. Y mueve tus contactos, habla con éste, con aquel,  recuérdales tus capacidades, tus logros y que cuenten contigo cuando alguien diga que alguien escuchó que alguien necesitaba a alguien. Pero no hice nada. Por vergüenza y porque sé lo importante que es para personas que tratan de no ahogarse sentir que las brazadas que realizan sirven para seguir nadando. No dije nada porque, aunque esas brazadas no lograrían que avanzara, alimentarían su ego y eso también te hace mantenerte a flote, sentirte útil, persona. Me dio pena, la verdad, porque me puse en la piel, una vez más, de ese padre que les pide a sus hijos que le acompañen a dejar c.v. porque su papá no tiene trabajo y, además de aplaudir su valentía, como otras veces, no pude evitar un nudo de empatía en la garganta.

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