23 de febrero de 2012

MONOPOLIO DE LA VIOLENCIA

Si algo aprendí en la facultad es que el Estado tiene el monopolio de la violencia. Y así debe ser. No hay nada más aberrante que cederle la legitimidad violenta a personas o entidades privadas (de ahí mi odio a las empresas de seguridad). Lo que se ha logrado con los años y la lucha es que esa legitimidad se vea cada vez más limitada. Y no ocurre por igual en todos los sitios, porque sabemos que en algunos países como China o Estados Unidos el Estado está legitimado a utilizar la violencia hasta sus últimas consecuencias (pena muerte) y en otros no. El Estado debe tener las herramientas de control y formación para que las personas que ejecutan su legítima violencia entiendan la verdadera utilidad de dicha violencia: una última herramienta para proteger el bien colectivo. Detener a una persona contra su voluntad es un acto violento, pero si se trata de un delincuente estamos hablando de legítima violencia de Estado. No es una violencia gratuita ni ciega, debe ser medible y justificable.
Digamos las cosas por su nombre: los antidisturbios no están para repartir caramelos. Es una herramienta legítima del Estado para reprimir actuaciones violentas que pongan en peligro al conjunto de la ciudadanía. Una herramienta medible y justificable Como todas. Que un antidisturbio utilice la porra es lo lógico. Por eso pienso que la culpa, casi siempre, la tienen quienes deciden que actúen, que son de gatillo fácil. Culpar al ejecutor, casi siempre, es cómodo y un favor más que hacemos a nuestros gobernantes. Diluimos las responsabilidades, como hacían los nazis.
También es verdad que uno, como trabajador, debe saber dónde tiene los límites de sus competencias. Y lo visto en Valencia estos días pone en seria duda la profesionalidad de un cuerpo, el de los antidisturbios, que lleva la mala fama inherente a sus competencias, pero que con desmedidas como las evidenciadas no hacen sino echar más leña al fuego. De las muchas barbaridades que hemos visto este fin de semana me quedo con esto (video). Este policía, que está legitimado a usar su violencia, hace uso de ella de una forma tan barriobajera, rastrera y simplona, que dan ganas de pillarlo de las orejas y ponerlo contra la pared con dos libros y los brazos en cruz. Esa bofetada no tiene objetivo. No hay bien o persona que proteger de la violencia incontrolada de nadie. Es un gesto mafioso, de matón de barrio. Aquí el único incontrolado y violento es él. Este antidisturbio debería ser identificado y expulsado del cuerpo por su manifiesta incapacidad para gestionar la violencia. Y debería servir como ejemplo. Porque si el Estado no es capaz de controlar a sus violentos ¿cómo vamos a confiar en él?

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