Tenía la intención de empezar este artículo diciendo que me gustan los trabajos manuales, así que os voy a ahorrar el chiste fácil, esos también, tanto los que lleva el Ministerio del Interior como los que gestiona el de Asuntos Exteriores. Pero en este caso, y sin que sirva de precedente, quería hablar de los que no se acompañan de gemidos. Al menos que se sepa. Estamos de obra en la oficina, así que hay un trajín de operarios y máquinas que nos acompaña toda la jornada como una letanía. Mientras espero el ascensor, que con la escalera como un barrio de Gaza, es más popular que un abanico en Lebrija, observo sus quehaceres y siendo cierta envidia. Me gustaría ganarme la vida con las manos, y eso no quiere decir que de a las teclas con, ya me entiendes. Estoy seguro de que ellos me observan trajeado y deben pensar mira lo bien que vive el señorito. Soy el típico chapuzas autodidacta que sobrevive de retos. La primera cisterna arreglada, el primer baño desmontado, la primera persiana revisada. Estoy lejos del profesionalismo en cuanto a resultados pero también por la equipación. Digamos que si fuera un actor porno no iba a ser la estrella, porque en el tema de herramienta ando más bien escaso. Mi caja es una especie de fosa común de objetos desparejados. Además, soy de los que monto un mueble de Ikea y me sobra una pieza siempre. Porque es el riesgo del chapuza, alegre en el desmontado acojonado en el montado. Lo reconozco, alguna vez he corrido a la basura para hacer desaparecer pruebas. El caso es que disfruto montando cosas. Ya de pequeño, y ahí va un secreto que algunos conocen, me llamaban Mc Guiver porque aseguran me pasaba el día ideando objetos. Recuerdo una convalecencia en la que parí un coche de cartón para la Barbie de mi hermana. Un biplaza descapotable que todavía anda por el trastero del pueblo. Y yo, que he vendimiado, que he sido reponedor en un centro comercial o que he desmontado decenas de escenarios de teatro, tengo ya las manos poco acostumbradas al trabajo duro. He tapizado cuatro sillas de casa y amén de los dolores que todavía arrastro de apretar la grapadora, tengo los dedos casi en carne viva. Lo dicho, zapatero a tus teclas.
3 de diciembre de 2012
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