24 de diciembre de 2012

BUENAS PERSONAS

Hace poco iba por la calle y vi a una señora mayor arrodillada dando explicaciones a un pequeño que estaba en un carro. La pobre iba con su nieto y se le había enredado la cuerda en las ruedas. Era incapaz de deshacer el nudo. Dudé unos instantes, pero me acerqué ¿Quiere que le ayude? conozco perfectamente este carro, tuve uno igual. Tardé unos segundos, pero mis manos menos artrósicas lograron fácil deshacer el nudo. La mujer me lo agradeció con una sonrisa y la misma frase repetida varias veces: muchas gracias, de verdad, muchas gracias. Me decepcionó en cierto modo su excesivo agradecimiento porque escondía algo de sorpresa. Estaba necesitada en medio de un calle bastante transitada y se sentía sola ante la evidencia de que no tendría ayuda. No sé hasta que punto es verdad. Lo he visto muchas veces, cuando ayudo en casos así (así me educaron y así soy, no voy a esconderlo) siempre percibo sorpresa en el agradecimiento. En Londrés nos ocurrió algo parecido, pero a la inversa. Íbamos por la calle consultando el mapa, más perdidos que un skin en una biblioteca y un joven cruzó la calle, cambió de rumbo y nos preguntó en un perfecto inglés londinense que si estábamos perdidos. Nos indicó como llegar al hotel y todos comentamos qué tío más solícito y simpático. A la mañana siguiente otra señora nos hizo la misma pregunta cuando consultábamos el mapa y mirábamos a las esquinas intentando saber dónde estábamos. Ahí ya no me pude resistir y le dije a la señora que nos daba la impresión de que la gente en Londrés era muy educada y colaborativa, al menos con nosotros, que cantábamos a guiri español a diez millas. Y ella no pareció entenderlo del todo, y esta vez no fue culpa de mi inglés garrafón, como si le estuviera hablando de la sorpresa ante lo natural. Y creo que en el fondo, por muy rápido que nos lleve la vida, somos casi todos buenas personas. Lo que no sé es si encontramos tiempo para demostrárselo a los demás.

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